Martes, 9 de julio de 2024
Los animales y las plantas han proporcionado al ser humano alimentación, energía o compañía desde hace milenios, concretamente, desde que comenzó la domesticación en la revolución neolítica. Actualmente vivimos inmersos en otro profundo cambio que afecta a numerosas disciplinas y que está alterando paradigmas que parecían intocables. La energía, la economía o la tecnología son algunas de las caras más visibles de la cuarta revolución industrial, pero lo cierto es que la vida, la medicina o la agricultura también se están viendo afectadas de la mano de la denominada biotecnología.
Quizá una de las áreas más interesantes en esta materia sean las investigaciones acerca de la domesticación de microorganismos. Y es que al igual que las hortalizas, las frutas y los animales de granja, también podemos enseñar a trabajar para nosotros a las bacterias, los protozoos y los hongos. En esta línea, se está estudiando cómo utilizar a los organismos vivos para eliminar o neutralizar determinados compuestos en ambientes alterados, ya sean terrestres o acuáticos. Este proceso se conoce como biorremediación.
Pero ¿de qué manera funciona? Estos superhéroes invisibles son capaces de metabolizar, transformar y acumular ciertas sustancias para convertirlas en productos inofensivos o menos nocivos. Existen diversas formas de biorremediación dependiendo de los microorganismos utilizados. De esta forma, la fitorremediación emplea plantas y células vegetales para absorber y detoxificar metales pesados en suelos afectados, mientras que la denominada biorremediación microbiana utiliza bacterias y hongos para degradar compuestos orgánicos como hidrocarburos y plásticos. A medida que la biotecnología avanza, continúan apareciendo nuevas soluciones por todo el mundo.
En estos momentos, existen numerosas investigaciones exitosas que han conseguido degradar el plástico presente en los océanos con la ayuda de un hongo que ya se ha hecho famoso entre la comunidad científica: el Pestalotiopsis microspora. Este miembro del reino fungi fue identificado en la selva amazónica y es capaz de descomponer poliuretano, uno de los compuestos plásticos más habituales. Basta realizar una búsqueda en revistas científicas para comprobar que se trata de uno de los grandes protagonistas de la biorremediación.
Pero no se trata del único ser diminuto que tiene el plástico en el menú. Desde Japón le ha llegado la competencia de la mano de una bacteria modificada genéticamente, la Ideonella sakaiensis, más interesada en descomponer PET, el plástico común en botellas y envases. Fue en 2016 cuando los investigadores se toparon con ella y compartieron su descubrimiento. Posteriormente, otros grupos científicos consiguieron modificar la enzima que obra el prodigio, consiguiendo una nueva molécula capaz de descomponer el PET todavía más rápido que el microbio original.
Metales pesados, hidrocarburos…
No todos los supermicroorganismos se decantan por el plástico. Otros prefieren degradar hidrocarburos y convertirlos en dióxido de carbono y agua. Esta es la forma de actuar de la bacteria Alcanivorax borkumensis, otra heroína capaz de vivir en ambientes hostiles.
En lo referente a la mencionada fitorremediación, esta entra en liza cuando el problema es un metal pesado. Aquí son las plantas y células vegetales las que trabajan para extraer y concentrar estos materiales y fijarlos en sus tejidos para facilitar su eliminación de forma segura. Entre los ejemplos que se suelen poner se encuentra la mostaza india —Brassica juncea—, popular entre los expertos, ya que puede acumular plomo, zinc o cadmio.
Pero si lo que se quiere es poner a los supermicroorganismos a trabajar para la agricultura, las protagonistas son las bacterias Azospirillum y Rhizobium, entre otras, empleadas para fijar nitrógeno y, por tanto, mejorar la fertilidad de los suelos.
La nómina de supermicrobios es muy amplia. Tanto que, si el problema es un colorante en un cuerpo de agua, antes de llamar a Batman o Superman es mejor recurrir a bacterias como la Pseudomonas putida o a hongos como el Phanerochaete chrysosporium. En el caso de que nos encontramos ante compuestos organoclorados —como los bifenilos policlorados— será necesario recurrir a la bacteria Dehalococcoides mccartyi. Finalmente, si un elemento tóxico como el arsénico hace su aparición en un agua subterránea, la bacteria Geobacter sulfurreducens terminará con el problema.
Realmente, la biotecnología está dando sus primeros pasos hacia un futuro tan incierto como lo era hace 10.000 años cuando la agricultura y la ganadería lo cambiaron todo. Hoy la humanidad es más consciente de los riesgos que entraña su actividad, pero también de que, si las cosas se hacen bien, se puede lograr un entorno donde no haga falta que actúen los supermicroorganismos.
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