Lunes, 11 de marzo de 2024
Hay una fractura entre quienes dicen que existe una fractura y entre quienes dicen que no la hay. Hay una fractura entre quienes piensan que el paisajismo es simple fachada y entre quienes creen que mejora, incluso, la productividad. Los primeros se conforman con tener unas oficinas centrales rodeadas de setos, plantas, árboles de cualquier especie. Una frontera verde que contemplan los trabajadores para que las horas, quizá, descuenten su existencia más deprisa. Sin embargo, hay otros que sitúan el paisajismo en el centro. El arquitecto navarro, Patxi Mangado, recuerda que es ahí donde ha estado desde los tiempos de la Grecia Clásica y el Partenón. “El paisaje es un motor esencial de la productividad. El error es vivir encerrado en él. Debemos estar en contacto con el entorno”. Y añade: “Hay que hacerlo bien, la eficiencia se ha interpretado mal, lo atractivo es cuando el paisaje entra en el edificio. No puede ser algo más, un añadido; debe estar al frente del proyecto”. Estas palabras son los puntos que crean las líneas que unen paisajismo y sostenibilidad.
En su recopilación de ensayos Los testamentos traicionados, el escritor checo Milan Kundera (1929-2023), narró lo que él llamaba la estrategia de Chopin. Estaba en sus nocturnos, preludios, estudios. Surgen al igual que fragmentos o esbozos —señaló el crítico de arquitectura Carlos Martí (1948-2020)— en los que el compositor dibuja los rasgos esenciales de la obra sin tener que acudir a retoques o añadidos. Serían como palabras innecesarias. “Habría que distinguir entre paisajismo asociado al tratamiento de los espacios exteriores, algo cuyos beneficios son conocidos de sobra, y naturaleza incorporada a la cualificación de los interiores entendiendo los elementos vegetales de la misma forma que materiales de construcción contemporánea”, reflexiona Juan Herreros, quizá uno de los arquitectos más reconocidos de España y quien firma el extraordinario Museo Munch en Oslo (Noruega). Existe infinidad de literatura de las ventajas, por ejemplo, sobre la salud mental de incorporar la sostenibilidad, el paisajismo, la naturaleza, al bienestar mental de los trabajadores de las empresas. Menos estrés, mayor resiliencia, mejor diálogo con los compañeros. El pintor Joan Miró (1893-1983), según contaba el experto en arte, Daniel Giralt-Miracle, repetía una y otra vez que todo lo había aprendido de la naturaleza, de la observación atenta de la tierra, del mundo vegetal y cómo su lucha no era copiar la tierra, sino entenderla para poder transportarla poéticamente a la pintura. Sin hacer ruido. El arquitecto Antoni Gaudí (1852-1926) reivindicaba que para él todo procedía “del gran libro de la naturaleza”. Ejemplo paradigmático de la aplicación de su teoría es Villa Quijano, popularmente conocida como “El Capricho”, en la ciudad cántabra de Comillas, cuya completa disposición de sus estancias se supedita a la naturaleza, en este caso, al movimiento solar a lo largo del día y, cual girasol, su fachada está totalmente revestida de azulejos con esta flor.
Estos años, quizá, tenga otro nombre y sea sostenibilidad y sea paisaje. Dejamos Cataluña para trasladarnos a Madrid. A sus fueras, Carlos Lamela, ha construido la sede de una de las principales firmas aeronáuticas y espaciales del mundo. La estética pasa a la misma velocidad que vuelan las aeronaves que habitan los hangares. No es lo esencial. “El paisajismo integra la naturaleza en las oficinas. Todos somos conscientes de los beneficios que tiene en términos de productividad y salud. Pero, a la vez, ayuda a fomentar el sentido de comunidad, los empleados pueden socializar, hablar de sus proyectos o simplemente descansar en las áreas verdes, las zonas de descanso o las corrientes de agua creadas; un respiro, por así decirlo, visual”, describe el arquitecto madrileño. “También es un símbolo de la cultura y los valores de la compañía”, ahonda.
Entramos en una de las arquitecturas más secretas del mundo. La sede de Apple creada por Norman Foster, quizá el arquitecto más influyente del último medio siglo, en Cupertino (California). El estudio no ofrece ninguna información más allá de la que se puede encontrar en su web. Un espacio, en forma de anillo circular, conocido como Ring’s floors, de 71 hectáreas donde el espacio verde ha pasado del 20% al 80%, con unos seis kilómetros de senderos para practicar deporte, 9.000 árboles, incluidos robles y huertos autóctonos, prados, terrazas al aire libre e incluso un estanque. Incluye, además, un enorme patio con olivos. Esta forma de interpretar las sedes de las empresas ha ido dejando su particular semillas de memoria. Aristóteles enseñó que una bellota era una potencia de encina. Bajo la sombra de esa potencia Foster diseñó la entonces Torre Cepsa (2017) para la nueva city madrileña, dentro de las llamadas Cuatro Torres.
En otra escala y más cercano, el estudio gerundense RCR Arquitectes (Ramón Vilalta, Carme Pigem y Rafael Aranda), ganadores en 2017 del Premio pritzker —el galardón más prestigioso del mundo de la arquitectura—, coinciden, a través de una nota, con el doctor en arquitectura Josep María Montaner, en que “resulta vital renombrar el paisaje, que pasa de ser una bella postal o una mera vista panorámica a entenderse como medio ambiente, ecotopo [biotopo en términos de ecología] con su biodiversidad, hábitat donde viven personas, animales y plantas”. Y apostillan: “El paisaje debe resituarse como centro”. La fotografía de su propio entorno. Trabajan desde Girona, que conecta, al igual que un funicular, la alta montaña del Pirineo con los paisajes volcánicos excepcionales de la Garrotxa y su Parque Natural.
Desde luego, las oficinas centrales deben ubicar el criterio sostenible en el corazón. La memoria es como mover baúles secretos y algunos se extravían. ¿Quiénes los recuerdan? Pero el Central Park de Nueva York fue la contribución en 1857 de los arquitectos paisajistas Frederick Law Olmsted (1822-1903) y Calvert Vaux (1824-1895). Estos días —firmas como la neoyorkina West 8— han vuelto a abrir “ese gran libro de la naturaleza” de Gaudí y son los responsables, por ejemplo, de la innovadora reforma de Madrid Río. Su director creativo, Daniel Vasini, habla por teléfono desde la Gran Manzana: “La naturaleza en los edificios [esto incluye, claro, a las oficinas principales] tiene dos vías o se reconstruye o se entrelaza con la ya existente”. La arquitectura son esbozos, líneas y también números. “La sostenibilidad supone equilibrar tres componentes: lo económico, lo social y lo ambiental, de manera que creemos ambientes equitativos, viables y vivibles”, relata Esperanza Marrodán, profesora de la Escuela de Arquitectura de la Universidad de Navarra. El paisaje es algo físico y, a la vez, sostiene, emocional. “Diseñar los espacios de trabajo desde esta perspectiva permitiría actuar de manera sostenible pero a la vez regalar esa otra dimensión emocional”, observa.
Quizá debería existir un nuevo color: el blanco Campo Baeza. Su pintura esencial. Alberto Campo Baeza, premio Nacional de Arquitectura de 2021, es un miembro de este Siglo de Oro de la Arquitectura Española. Buscan hogar sus trabajos en el recuerdo y ahí se quedan a vivir. La Caja de Granada, la Casa del Infinito en Cádiz, el Centro de Conservación para el Louvre (Lievin, Francia) o la sede de oficinas The Fitth en Miami, que concluirán este año. “Querríamos levantar en esa ciudad el edificio de oficinas más hermoso del mundo”, se lee en su web. “Si Platón nos decía que la belleza es el resplandor de la verdad, podemos asegurar que hemos partido aquí siempre de la verdad. Hemos hecho un edificio sencillo y lógico”. Campo Baeza es Campo Baeza. Su trabajo fragua mezclando la ortodoxia y lo heterodoxo. “No creo en la sostenibilidad, sino en la atención esmerada y lenta del arquitecto con la naturaleza”, comenta en su oficina madrileña, en la frontera del barrio de Chueca. Otra forma de contemplar el paisaje.
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