Jueves, 1 de junio de 2023
Si se piensa en un gran problema medioambiental, uno cotidiano que cualquiera puede prácticamente identificar a simple vista, la respuesta más rápida será la del plástico. El plástico está por todas partes y se usa para prácticamente cualquier cosa. Su huella —y un simple paseo por el monte o por un parque ayudará a visualizarlo— es igualmente ubicua. Solucionarlo es fundamental y, quizás, en esa respuesta al problema la naturaleza podría ser una parte activa. Puede que, a diferencia de lo que ocurre con el plástico, no las veamos, pero las bacterias podrían ser la llave para la correcta gestión de ese residuo.
Los datos de residuos que generan los plásticos son abrumadores. Como ha calculado Greenpeace, en los últimos diez años se ha producido más plástico de todo el que se había fabricado en toda la historia previa de la humanidad. Y ese material está filtrándose a la naturaleza.
Un cálculo que realizó la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN) en 2020 concluyó que cada año —y solo en el Mediterráneo— se arrojan al mar el equivalente a 500 contenedores de transporte repletos de plástico diarios. Son, en las cuentas finales, 229.000 toneladas de plástico, una cantidad elevada que la organización estima que se duplicará para 2040. España es el segundo país que más plástico vierte en ese mar, según las cuentas de WWF. Las investigaciones de la ONG señalan que de todos los residuos que flotan por el Mediterráneo y que acaban llegando a las playas el 95% son, justamente, plásticos y que la concentración de microplásticos es ya superior a la que se puede encontrar en la famosa «isla de plástico» del océano Pacífico.
El plástico no es solo un problema para los mares. Lo es para la salud, en general, de los ecosistemas e incluso podría serlo para la humana. De media, y según otro estudio de WWF, una persona ingiere unos 21 gramos de plástico al mes, al comerse aquellos que se han filtrado a la naturaleza.
Reducir el uso de este material, especialmente de los llamados plásticos de un solo uso, es una de las medidas que se están poniendo en marcha gracias a campañas de concienciación y normativas más restrictivas para su circulación. Es lo que acaba de pasar, por ejemplo, en Francia, donde las cadenas de comida rápida ya no pueden dar vajillas de usar y tirar. Pero también es crucial mejorar la gestión de los residuos: Greenpeace estima, por ejemplo, que en España el 50% de todos los envases acaba en el vertedero.
¿Cómo acabar con esa «epidemia», como ya la llaman algunos, de plásticos y hacer que esta basura deje de ser un problema para el planeta? Ahí es donde entra en juego esa solución llegada desde la propia naturaleza: las bacterias comeplásticos podrían paliarlo.
La idea de dejar en manos de las bacterias la gestión de este residuo no es exactamente nueva. Una búsqueda en la hemeroteca permite seguir la huella de varios estudios que han demostrado el potencial de la idea. Una de las ideas más recientes es la que se presentó hace unos meses en la revista Science y que apuesta por usar microbios. Pero ya en verano un 'paper' de un investigador de la Universidad de Cambridge proponía enriquecer el agua con una bacteria con elevado apetito por el plástico —y de forma indirecta reforzar el ecosistema de los lagos en los que vivía porque esas bacterias eran el punto de partida de la cadena alimentaria—. Incluso, en la Universidad de Texas están ahora diseñando una enzima capaz de descomponer en cuestión de como mucho días los plásticos y simplificar el proceso de su reutilización.
¿Por qué esta carrera por encontrar una bacteria que sea capaz de deshacerse del plástico? «Es de actualidad y la acumulación de plásticos en el entorno natural terrestre y marino es un problema medioambiental real a nivel global», responde María Ester López Moya, profesora del Máster en Gestión Ambiental y de las Organizaciones de la Universidad Internacional de La Rioja (UNIR).
Como explica López Moya, «aunque son reciclables no son fácilmente biodegradables y, por tanto, son altamente contaminantes», puesto que, como indica la profesora, si acaban el medio natural pueden tardar en desparecer «cientos e incluso miles de años». «Además, las emisiones de gases de efecto invernadero que se producen durante todo el ciclo de vida del plástico es uno de los factores que más influyen en el cambio climático», suma.
A esa luz, la carrera por encontrar a la bacteria perfecta para desempeñar esta función se entiende mejor. «Debido a que aún no existe una vía sostenible y única para eliminar los microplásticos, el afán de nuestros científicos es encontrar soluciones efectivas para atrapar, reciclar o eliminar estos residuos tan dañinos», indica López Moya.
Esto es, la idea de esas bacterias comeplásticos ya se le ha ocurrido a no poca gente, pero desarrollarla y que funcione es todavía más crucial ahora, en un mundo en el que los plásticos se acumulan y lo conquistan todo sin que tengamos una solución efectiva para hacerlos desaparecer del todo, de manera rápida y eficiente.
Los beneficios de las bacterias
Pero ¿qué tienen las bacterias que las hace tan interesantes? Esto es, ¿qué beneficios pueden suponer frente a otras soluciones que ya se han barajado o con las que ya se trabaja para recuperar los plásticos e impedir que se conviertan en un problema?
La profesora de la UNIR apunta dos puntos clave de los propios plásticos: son de difícil degradación —el proceso es «complejo, lento y costoso»— y «son de un tamaño suficientemente elevado» cuando se convierten en residuos, por lo que «no pueda actuar sobre ellos un proceso biodegradativo».
Las bacterias entran en juego y son capaces de descomponerlo en elementos que no contaminan, apunta la experta, y, por ello, apunta: «supone un hito en este campo y una de las herramientas fundamentales para poder descontaminar ecosistemas y abordar el reto más importante qué es proteger el medio ambiente». Si las bacterias logran además mejorar la gestión del residuo y abrir la puerta a la reutilización, lograrían convertir en circular el ciclo de vida del plástico. Y, aunque López Moya recuerda que no hay que olvidar la importancia de la reducción de la fabricación de plásticos, «el impacto al ambiental disminuiría de manera visible».
Si el proceso tiene desventajas, la profesora apunta que habría que preguntarse qué efecto podría tener la acumulación de bacterias en el lugar en el que están 'atacando' al plástico. «No sé cómo repercutiría en el entorno, y sí dañarían al medio ambiente o se adaptarían fácilmente a esas condiciones específicas, ya que, las bacterias y demás microorganismos utilizados en los procesos de biodegradación de plásticos son seres vivos», explica. Por eso, apunta, habría que estudiarlo bien.
Fases iniciales
Y si las bacterias son tan prometedoras, ¿por qué no están ya acabando con la plaga de plásticos que se ha convertido en uno de los grandes lastres medioambientales? La cuestión no es tan fácil, porque los estudios son todavía eso, estudios. «Es verdad que nos encontramos todavía en proceso de investigación sobre procesos y aplicaciones», señala la profesora, que también apunta que no todas las bacterias valen para todos los tipos de plásticos. Sin embargo, la existencia de estas investigaciones es prometedoras: marca una senda potencial y, sobre todo, ayuda a entenderla.
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