Jueves, 16 de febrero de 2023
Varios estudios certifican que los ciudadanos han optado por consumir con criterios que trascienden el mero producto y tienen en cuenta su impacto en el entorno. Así lo confirma el estudio Green Response Report 2021, elaborado por la compañía Essity, según el cual el 57% de los españoles lleva un estilo de vida más sostenible desde la pandemia, el 73% recicla más que antes, el 50% ha reducido el desperdicio de alimentos y el 48% consume menos energía.
En el consumo doméstico –esto es, las compras del día a día– la ciudadanía se posiciona cada vez más del lado del medioambiente y la justicia social, exigiendo a las empresas que también lo estén. Y lo hace con un acto muy cotidiano: la decisión a la hora de comprar o no un producto y, en un aspecto más general, la manera de consumir en su día a día. Dos de cada tres españoles están dispuestos a tomar decisiones de consumo por motivos de sostenibilidad, como refleja el Estudio Sostenibilidad y Consumo 2022 de El Observatorio Cetelem.
La manera en que nos desplazamos también influye directamente en el medio ambiente. En este sentido, el 60% de la población está dispuesta a optar por opciones de movilidad más sostenibles, como revela una encuesta de Think Young para la Asociación Europea de Suministros Ferroviarios, recogida por Europa Press. Entre estas modalidades alternativas, cada vez cobra más fuerza el car sharing, esto es, el vehículo compartido frente al vehículo en propiedad, como recuerda un reciente estudio de la Universidad de Comillas, y los encuestados incluso prefieren optar por la bicicleta eléctrica cuando sea posible.
El consumo energético en los hogares también está experimentando un cambio en aras de la transición ecológica, como muestra el aumento de demanda de energías renovables del total consumido: hoy ya suponen el 19,4% del total, solo superadas, por poco, por el gas natural (algo más del 20%), según Statista. El último informe publicado por la HomeServe revela, además, que el 42% de los españoles tiene previsto instalar, en un futuro, paneles solares en su vivienda. La conciencia ciudadana no solo se proyecta en el tipo de energía consumida, sino también en la cantidad: España es el tercer país de la Unión Europea con menor consumo final de energía per cápita en el hogar, según Eurostat, lo que revela un posicionamiento claro frente al derroche, lo cual nos vuelve más resilientes frente a las crisis económicas, y al mismo tiempo, más responsables con el planeta.
Alimentarse y vestirse con conciencia
La industria alimentaria es otro de los sectores clave en la lucha contra el cambio climático: el estudio The global Impacts of Food Production, publicado en la revista Science por científicos de la Universidad de Oxford, advierte de que al menos un 25% de las emisiones de gases de efecto invernadero corresponden a lo que comemos (o más concretamente, a la manera en que se produce y se transporta la comida). También es, paradójicamente, uno de los sectores que mejor ilustran el poder del cambio: el hecho de que los restaurantes y supermercados apuesten cada vez más por productos de cercanía, ecológicos o veganos es consecuencia de la presión y las demandas ciudadanas. Y es que los españoles cada vez consumimos más productos de proximidad, los llamados de kilómetro cero: como refleja un estudio de mercado de la consultora Kantar, el 74% de los consumidores prefieren productos locales antes que importados.
El ciudadano también puede influir en la manera de producir de otras industrias como la textil. Las firmas sostenibles en España –es decir, aquellas que manufacturan con materiales y procesos con menos huella de carbono que las convencionales– no dejan de aumentar cada año: en 2021 ya había 130 de estas marcas adheridas a la Asociación de Moda Sostenible de España (AMSE). Aunque todavía queda un escollo por resolver para que su implantación sea definitiva: el precio. Así lo reconocía la presidenta de AMSE, Marina López, en una entrevista para la publicación Verde y azul, si bien apuntaba a que, en general, la ropa elaborada con procedimientos ecológicos suele durar más.
Comprar con cabeza, en definitiva, no solo ajusta la producción a lo que realmente necesitamos (lo que supone un gasto menor de recursos), sino que influye en la manera de fabricar, transportar y vender. La época navideña es un claro ejemplo de esto. Según la Agencia de Protección Ambiental de Estados Unidos, en ese país se produce un 25% más de desechos entre el Día de Acción de Gracias y el Día de Año Nuevo que el resto del año. En nuestro caso, la cifra es aún más preocupante: cada español genera cuatro millones de residuos anualmente, de los cuales un 30% corresponden a la temporada de Navidad, según el último estudio del INE.
Aunque tendemos a achacar a la forma de producir los males ambientales de nuestro tiempo, no podemos obviar nuestra responsabilidad como consumidores. Y eso requiere un cambio de prioridades, como ya recordaba en 1960 Vance Packard en The Wastemakers (en castellano, Productores de basura): “Las vidas de la mayoría de los ciudadanos se han entremezclado tanto con los actos de consumo que tienden a obtener sus sentimientos de importancia en la vida a partir de estos objetos en lugar de sus meditaciones, de sus logros, sus investigaciones, su valor personal y su servicio a los demás”.
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