Jueves, 6 de marzo de 2025
El debate sobre la economía circular retorna con fuerza. Si este texto fuera una hoja de Excel en vez de un artículo periodístico habría celdillas con el nombre de “debe” y, también, “haber”. Un trabajo de la consultora McKinsey (¿Qué es circularidad?) estima que estamos ante una oportunidad de negocio de un billón de dólares para Europa en 2050. Un espacio de posibilidades que se expanden como dientes de león. El mercado europeo de electrónica circular, que oscilará entre 65.000 y 90.000 millones de euros durante 2030, estará impulsado, sobre todo, por productos reelaborados. Otra celdilla. El espacio de hogar y vida, cuyo valor se estima en 45.000 millones de euros en el mismo año, lo veremos copado por muebles fabricados a partir de madera certificada. Y el esencial sector del plástico necesitará una inversión de 100.000 millones de dólares (unos 96.000 millones de euros) si quiere conseguir el objetivo de contener entre un 20% y el 30% de materiales reciclados. En el “debe” queda un dato que aporta el banco de inversión Goldman Sachs. Sólo el 10% de la economía del planeta es circular. Pese a todo, Europa ha alcanzado un 11,5%. Sin embargo, de súbito, casi, han aparecido unas tecnologías de vanguardia (como la inteligencia artificial generativa) que pueden hacer de esta economía una esfera perfecta y que los expertos agreguen el apellido “2.0”. Porque si el mundo necesita ser salvado (algo que sucede con el cambio climático), la sociedad y los gobiernos deberían exigir a las empresas servicios como la energía limpia y la circularidad económica.
En ese mundo diverso que es la academia, hay al menos 67 ensayos (papers, en la jerga) que defienden el valor de la IA a la hora de dibujar este círculo. Pensemos, por ejemplo, en la famosa cadena de suministro. “Esta tecnología puede utilizarse para mejorar la gestión de los inventarios” —reflexiona Cecilia Elizondo, miembro de Ganesan (el organismo de las Naciones Unidas encargado de evaluar la ciencia y su relación con la seguridad alimentaria)—, “predecir demandas, perfeccionar rutas logísticas y reducir los desperdicios”. Las posibilidades solo en el espacio universal de la alimentación caen en cascada. Facilita la creación de materiales sostenibles, identifica plagas, analiza los datos en tiempo real (big data), optimiza cultivos, prolonga la vida útil de la maquinaria, facilita la clasificación y el reciclaje y ayuda en la toma de decisiones. “Además, herramientas como chatbots y blockchain pueden apoyar informando y facilitando la participación ciudadana en prácticas sostenibles”, desgrana Elizondo. Es, precisamente, la famosa “cadena de bloques” dónde Carmen Jaca, catedrática del Departamento de Organización Industrial de la Universidad de Navarra, halla la disrupción. “Trasformará la trazabilidad y certificación de materiales reciclados, garantizando la transparencia en las líneas de suministro y facilitando que los mercados de reutilización sean seguros y eficientes”, plantea.
Con el compás en la mano, esta economía sigue buscando su circunferencia perfecta. Representa también un cambio de mentalidad único. Hasta ahora, la productividad era sinónimo de prosperidad. Marcaba el nivel de vida, los salarios o incluso la supervivencia o el cierre de una empresa. Ahora —contra la lógica del pensamiento intuitivo— se impone la estrategia de producir menos. El filósofo japonés, Kohei Saito (38 años), es un fenómeno mundial. Sus libros se venden en cifras de medio millón de ejemplares. En su última entrega Slow down: How Degrowth Can Save the Earth (sin traducción al español, Despacio: Cómo el decrecimiento puede salvar la tierra) introduce, precisamente, el concepto de “decrecimiento”. “No es ninguna utopía abstracta”, comentaba a El País. “Pretende cambiar de forma radical el objetivo básico del sistema en el que trabajamos y vivimos: del beneficio al bienestar y el cuidado”. A la sombra de esta mirada, la economía circular se sostiene en producir menos, en producir mejor. El planeta no puede asumir —acorde con McKinsey— desechar todos los años 2,6 billones de dólares (2,5 billones de euros) de forma global en bienes de consumo.
Las tecnologías de vanguardia son una gran esperanza. Detengamos la narración en una de las vigas maestras de esta economía: la logística inversa. Permite devolver productos defectuosos o materiales para su reutilización, reciclaje o vuelta a fabricar, reduciendo residuos y contaminación. La IA optimiza esta cadena de palabras. ¿Cómo? Identificando artículos defectuosos o mejorando la planificación y el control de los flujos. Dentro de las aulas, la academia avala esta economía circular 2.0. El profesor de ingeniería de sistemas de la Universidad Nacional Abierta y a Distancia de Bogotá (Colombia), Julio Andrés Silva Aragón, defiende, a través de varios estudios, que esta tecnología analiza grandes volúmenes de datos (como hemos visto) para identificar patrones y optimizar el uso de materiales, energía y agua, reduciendo el desperdicio y promoviendo la eficacia. Es posible diseñar artículos más duraderos, reparables y reciclables. En la práctica, puede ayudar a cerrar el círculo del ciclo de la vida de la materia y automatizar y mejorar la clasificación y el reciclado de los residuos. O sea, “transformar” —pocas veces un infinitivo fue tan importante— lo que antes se consideraba basura en recursos valiosos.
La IA no es sólo una herramienta poderosa para apoyar la economía circular, sino que también es un engranaje básico pensando en moverse hacia un modelo económico más sostenible en todas las actividades y, además, la vía de romper esa mentalidad heredera de tiempos de la Revolución Industrial cuya línea de producción era: “tomar, hacer, desechar”. “Muchos sostienen que la economía circular no es ninguna panacea. Pero situarla en el centro no solo requiere innovación, sino de un profundo cambio cultural en la forma en la que percibimos el valor y la propiedad”, subraya Jack Dempsey, gestor de fondos de Schroders. Por cada historia de éxito, aparecen retos, problemas logísticos, disparidades económicas y barreras normativas. Lo que todo este relato tiene en común es que propone desafíos que surgen de la base misma de la sociedad, algo que demuestra la enorme trascendencia de este tema y su esencia social. Yendo un poco más lejos, esta economía también es un soporte de los valores democráticos, porque la aplicación tecnológica hace los productos o servicios más accesibles a todas las capas sociales. “La democracia es valiosa en sí misma, no porque necesariamente aumente el crecimiento sino porque respeta cómo se logra”, recuerda Keneth Rogoff, execonomista jefe del Fondo Monetario Internacional (FMI) y profesor de Economía en la Universidad de Harvard. Una muestra es el incremento de la regulación que acoge la circularidad que han presentado no sólo Europa —que lleva el liderazgo—, si no, también, América Latina, África y Asia. El ser humano concentra 400.000 generaciones sobre la Tierra, puede comprender el valor del círculo y sabe la forma de dibujarlo ahora, además, con la precisión de las tecnologías de vanguardia.
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