Martes, 28 de febrero de 2023
Durante determinados meses del año, sobresalen varios picos anaranjados entre los infinitos campos de cultivo andaluces, símbolo de un animal que lleva siglos integrado en la retina de los habitantes de la zona y que de un tiempo a esta parte ha ido reduciendo progresivamente sus visitas.
Se trata de las cigüeñas y, como ellas, son muchas las aves migratorias cuyos largos viajes alrededor del globo se han visto alterados por la situación climática de nuestros días. Estas especies —que dependiendo de la estación del año migran en busca de alimento a otras latitudes— se han visto obligadas a acortar sus trayectos y, en ciertos casos, a cambiar la periodicidad de los mismos. El de las cigüeñas hacia Europa es un ejemplo, pero no es el único. De hecho, y también en la península ibérica, varios estudios recientes han evidenciado que las golondrinas han adelantado su retorno desde África hasta en dos semanas durante los últimos 50 años.
El incremento de la temperatura es un factor principal entre las causas que producen la alteración de las migraciones, pero también hay otros factores como el deterioro de los suelos.
En el equilibrio que estructura el medio natural, los cambios forzados de una especie tienen consecuencias directas en otra. De esta manera, las personas también se ven afectadas por las alteraciones en los hábitos de las aves migratorias. Estos animales cumplen un papel muy importante en el planeta y el ecosistema. Algunas de sus grandes funciones sobre la diversidad biológica pasan por la dispersión de las semillas o el control de plagas en cultivos, puesto que en algunos casos son depredadoras de insectos. De esta manera, su ausencia durante determinados momentos del año en los que antes sí estaban presentes genera una reordenación de la cadena que desequilibra la balanza.
Por otro lado, las aves migratorias también juegan un papel relevante en la polinización de las plantas, algo que a su vez –como se ha comprobado a consecuencia de la disminución de la población de ciertos insectos polinizadores– implica grandes consecuencias para los cultivos y, por ende, la actividad agraria. De hecho, el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente destaca la necesidad de conservar las aves migratorias y llama a emprender campañas de sensibilización al respecto.
Con todo, la fórmula para evitar que estas alteraciones se acrecienten y continúen desembocando en un empeoramiento de los ecosistemas pasa por una acción general por la protección de los hábitats que, evidentemente, debe ir sumada a la adopción de la sostenibilidad como fórmula productiva y de vida. En este sentido, fomentar compras responsables y de proximidad, además de plantear siempre la siembra de árboles autóctonos y no de especies importadas, o la recuperación de humedales característicos en sus migraciones también se revelan como medidas concretas para que ciertos entornos vuelvan a ser más amables con las aves migratorias.
Hoy no es 13 de mayo, día de las aves migratorias, pero sí un día más para intentar que los campos del sur no pierdan ese elemento tan característico que lleva siglos formando parte de su paisaje.
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