Tribuna Miércoles, 8 de junio de 2022
Almócita, una pequeña localidad de la Alpujarra almeriense de apenas 194 habitantes tiene encandiladas a España y a Europa. ¿La razón? Ha impulsado un modelo de desarrollo sostenible que reta a la despoblación rural y al cambio climático con avanzadas propuestas de autoconsumo energético, digitalización, gestión de residuos o ecoagricutura comunitaria. Detrás de estas iniciativas, que llevaron al pueblo a obtener el Premio Fundación Conama 2020 a la Sostenibilidad, se encuentra su alcalde, Francisco García, que desde 1995, y de manera ininterrumpida, ha trabajado en un modelo de desarrollo sostenible basado en la agroecología, la cultura y la democracia participativa como ejes principales. Hablamos con él sobre el nuevo reto que ha planteado para el pueblo: crear una comunidad energética fotovoltaica.
La despoblación rural, visibilizada en el concepto de ‘España vaciada’, es uno de los grandes retos demográficos que afronta el país. Algunas estimaciones hablan de que el 70% de la población mundial vivirá en grandes ciudades en el año 2050. ¿Cómo está afectando esta realidad a Almócita? ¿Qué medidas está adoptando el Ayuntamiento para tratar de revertirla?
El concepto de ‘España vaciada’ no me gusta porque no alcanza a reflejar la realidad de la España rural. Los entornos rurales están despoblados, no vacíos. Aquí muchas personas seguimos trabajando y luchando por sacar adelante a nuestros pueblos. ¿Qué estamos haciendo desde el Ayuntamiento de Almócita para tratar de atraer a más habitantes al pueblo? Pues adoptando medidas sostenibles con la intención de crear un entorno que sea atractivo para aquellos que busquen un modo de vida más limpio, circular y cuidadoso con el medio ambiente. Crear, al fin y al cabo, un entorno en contacto directo con la naturaleza y del que nuestros vecinos, los antiguos y los nuevos, puedan sentirse orgullosos. Otra de las medidas que pusimos en marcha para atraer a gente de fuera fue la habilitación y puesta en el mercado inmobiliario de cinco viviendas municipales, que alquilamos a foráneos y a algunas familias que ya se han instalado en el pueblo de forma definitiva. Además, hicimos un inventario de las viviendas vacías que había en la localidad y hablamos con sus propietarios para estudiar con ellos la posibilidad de ponerlas en alquiler.
La pandemia ha traído nuevos escenarios que podrían ayudar a paliar esa excesiva concentración de población en las grandes urbes. Teletrabajo, nómadas digitales, el movimiento neorrural, hartazgo de la ciudad… ¿Cómo encajan estos nuevos fenómenos en las estrategias de Almócita para atraer a nuevos habitantes al pueblo?
En los últimos dos años se han instalado en el pueblo alrededor de una veintena de nuevos vecinos, lo que en una población total que no llega a 200 habitantes, es una cifra bastante significativa. Disponer de unas buenas vías de comunicación con el exterior, tanto físicas como digitales, es esencial para lograr ese efecto de atracción. De hecho, en el pueblo tenemos un sistema de banda ancha que funciona muy bien y que ya ha facilitado, por ejemplo, que tengamos a vecinos que residen aquí todo el año y teletrabajan para empresas de Madrid y otros lugares.
En plena escalada del precio de la electricidad, muchas miradas se vuelven hacia las energías renovables y a las oportunidades que ofrece el autoconsumo, por ejemplo, en fotovoltaicas. ¿Puede suponer este cambio de modelo una oportunidad para el ámbito rural?
El autoconsumo es una oportunidad real y muy clara para el medio rural. Por ejemplo, en un pueblo es más fácil instalar energía fotovoltaica que en los espacios urbanos porque muchas de las casas son unifamiliares y sus propietarios no necesitan la aprobación de los vecinos para poner las placas solares en sus tejados.
En esa línea de tratar de aportar soluciones alternativas al problema energético, Almócita se ha convertido en el segundo municipio de España en crear una comunidad energética fotovoltaica. ¿Cómo surge la idea del proyecto? ¿En qué consiste?
Queríamos ser un ayuntamiento energéticamente autosuficiente, y no solo como una vía de ahorro, sino también como un instrumento que, en caso necesario, nos permitiera prestar apoyo y cobertura de suministro a los vecinos que lo necesitaran, de manera que nadie sufriera pobreza energética. Ya disponemos de más de 1.000 placas solares montadas en distintos edificios municipales, que producen 50 KW para nuestro consumo y además producen excedente. En una segunda fase quisimos que esa experiencia animara a otros ciudadanos a sumarse también al carro del autoconsumo. Así fue tomando forma el proyecto de una comunidad energética formada por el Ayuntamiento y los propios vecinos. Aunque todavía la estamos constituyendo, ya hay más de 20 personas interesadas en participar.
¿Qué puede suponer esta Comunidad Energética para la vida del pueblo?
Estoy convencido de que el proyecto va a traer riqueza al pueblo. Se trata de una comunidad energética de consumidores y productores de energía en la que cada vecino sabe en todo momento la energía que está produciendo y consumiendo. Además, al adoptar la forma jurídica de cooperativa, la Comunidad Energética no puede generar beneficios, por lo que todo el excedente que se produzca será reinvertido en acciones sociales para los vecinos y en mejoras para la comunidad.
La tecnología juega un papel esencial en el proyecto, hasta el punto de que se habla del caso de Almócita como un referente a seguir a nivel europeo. Una digitalización que, sobre el papel, podría chocar con aquellos segmentos de población menos acostumbrados a la tecnología. ¿Supone esta brecha digital una desventaja para las poblaciones más pequeñas respecto a las grandes ciudades? ¿Hasta qué punto ese problema existe en el pueblo? ¿Qué medidas están adoptando para superarla?
No creo que actualmente aquí tengamos una brecha digital muy acentuada: en el pueblo tenemos personas mayores que están muy metidas en redes sociales y son bastante activas digitalmente. Durante años hemos trabajado desde distintos ámbitos para reducir esa brecha y, de algún modo, la pandemia también ha contribuido a ello, ya que muchas personas tuvieron que aprender a manejar herramientas de comunicación a distancia para poder estar en contacto con sus seres queridos. ¿Desventajas? Hay personas muy mayores que llegan un poco tarde al mundo tecnológico, sí, pero eso sucede aquí y también en la gran ciudad.
La comunidad energética de Almócita es un proyecto muy ambicioso. ¿Cuáles han sido los principales retos y dificultades que han tenido que superar para llevarlo a cabo?
El principal escollo es que se trata de un proyecto tan innovador que no teníamos referentes en los que fijarnos. Nadie sabía muy bien cuáles eran los pasos a seguir. Por ejemplo, nos llevó un tiempo decidir cuál era la figura jurídica que mejor podría acomodarse al proyecto. Al principio barajamos crear una asociación sin ánimo de lucro, pero finalmente optamos por la cooperativa porque pensamos que nos aportaría mayor respaldo legal.
¿Qué papel ha jugado la colaboración público-privada en el proceso?
Ha habido una predisposición excelente tanto por parte de los vecinos y del socio tecnológico, como del resto de administraciones –sobre todo del Gobierno central– para que este proyecto piloto saliese adelante.
Háblenos un poco más de esa participación ciudadana.
Una comunidad energética sin la implicación activa de los vecinos habría sido del todo imposible. Hablamos desde un punto de vista emocional, ya que el proyecto solo se sostiene si cuenta con el impulso de ciudadanos concienciados y responsables con los problemas medioambientales. Pero también hay una implicación jurídica, porque una cooperativa necesita de personas físicas, ciudadanos, que, de forma libre, se sumen a la misma.
Todo parece indicar que sostenibilidad y economía circular serán dos de los grandes vectores que moverán el mundo en un escenario pospandemia. Y en ese terreno las zonas rurales podrían partir con ventaja. En el caso de Almócita, distintos proyectos dibujan una estrategia muy clara hacia esta línea de trabajo. ¿Cuáles son esos proyectos y por qué esta apuesta por la sostenibilidad?
Los proyectos de sostenibilidad aportan valor al pueblo. Por ejemplo, buscamos poner en valor la tierra mediante distintas iniciativas relacionadas con la agricultura ecológica. Una de ellas son los grupos de consumo, mediante los cuales se fija un precio justo en origen tanto para el agricultor como para el consumidor. A través de estos grupos de consumo se están comercializando productos agroecológicos no convencionales no solo en el pueblo, sino también en Granada y en la zona de La Alpujarra. Luego tenemos el gallinero comunitario y una red formada por siete familias se turnan semanalmente para cuidar a los animales. También hay una huerta comunitaria en la que distintas familias tienen su pequeña parcela para cultivar productos de temporada. La cosecha se destina al autoconsumo y todos los excedentes se canalizan a través de los grupos de consumo.
¿Te ha parecido interesante?