Miércoles, 8 de junio de 2022
Toda vida es un proceso de cambio. Las manecillas del futuro las mueven las energías renovables. Nadie lo pone en duda. La guerra en Ucrania ha puesto de relieve la importancia de la energía como factor clave en la economía y la necesidad de invertir en fuentes que garanticen la seguridad y la independencia de países terceros. Alemania prepara una nueva legislación para asegurarse la independencia energética del gas ruso. En 2035 todo su consumo debe ser renovable para eso incrementará sus inversiones en paneles solares y en eólica terrestre. También el hidrógeno verde se presenta como el bálsamo de Fierabrás para reforzar la autonomía energética del viejo continente.
“En verdad, caminamos hacia un nuevo mundo. No porque nos traiga una visión novedosa sino porque nos empuja a una realidad distinta”, reflexiona Giles Alston, experto en América del Norte de la consultora Oxford Analytica. Esta geografía diferente aporta también los ecos de una lectura energética nueva. Unos años de cohabitación. “A corto y medio plazo, los combustibles fósiles serán indispensables”, aventura el analista. “Pero el momento en el que la balanza se aleje del petróleo, el gas o el carbón llegará más rápido de lo que pensamos hoy”. La transición ha iniciado su tic-tac en las manecillas del reloj. Solo hay que fijarse en los números de la esfera. A finales del primer trimestre de este año había dos billones de dólares invertidos en fondos ESG (medioambientales, sociales y de gobierno corporativo) que estaban repartidos en 3.500 productos diferentes. Actualmente, los grandes fondos ya exigen —sobre todo a las organizaciones más grandes— un fuerte compromiso con el universo medioambiental y sostenible.
Detrás no se alza un horizonte de chatarra sino la mirada de un paisaje diferente. El grupo de inversores británicos ShareAction, por ejemplo, ha influido para que el banco HSBC se comprometa a eliminar su financiación al carbón en la Unión Europea y en la OCDE (la organización que representa a los países más ricos del planeta) durante 2030. “Los nuevos activistas no solo tratan de salvar el mundo; también intentan salvar sus propias carteras en un planeta en el que los reguladores obligan a cumplir las normas ecológicas”, afirma Gillian Tett, directora del periódico Financial Times en Estados Unidos. Las petroleras más diligentes han adoptado ya medidas para llevar a cabo esta transición. “Resulta inconcebible, sobre todo en esta nueva situación geopolítica, poner el contador fósil a cero. Necesitamos los hidrocarburos [las reservas probadas de crudo son de 1,7 billones de barriles, suficientes para llenar 263.000 Empire States Building] a medio y corto plazo. Sin embargo, aquellas compañías que no tengan la transformación verde en marcha serán penalizadas por la sociedad y los mercados”, augura Emilio Ontiveros, presidente de Analistas Financieros Internacionales (AFI). Ya lo advierte Andrew Oxlade —responsable de contenidos del banco privado Schroders—: “La industria petrolera se enfrenta a un cambio de paradigma”. No será fácil. Por ahora, el 94% del combustible, asegura Antonio Turiel, investigador del Instituto de Ciencias del Mar del CSIC (Centro Superior de Investigaciones Científicas), que se usa en el transporte es fósil. “Para mí, la gran preocupación se centra en la carestía de materias primas, hablo de plástico, aluminio, cobre, acero, cemento… Lo estamos viviendo. Habrá que impulsar sistemas de ahorro y reciclaje”, avisa el experto.
Solo es necesario analizar los directivos de los fondos de alto riesgo (hedge funds) para sentir toda la iridiscencia del comienzo de este nuevo mundo. En sus sillas se sientan expertos en activismo, ecología, tecnología, capital riesgo. Aptitudes hasta hace poco inimaginables. ¿Un ecologista en un fondo de alto riesgo? Hará unos meses sonaba tan extraño como Mozart interpretado por un grupo de rock duro. Pero es la partitura de una transformación. “Nuestros valores favoritos en renovables son empresas en transición desde el mundo fósil al futuro sostenible”, refrenda Xavier Chollet, gestor del fondo Pictet Clean Energy. Palabras que no traen los ecos del jazz de los años 20 sino la de uno de los Padres Fundadores de Estados Unidos, Benjamin Franklin (1706-1790): “Hacerlo bien haciendo el bien”. No debería existir una fractura entre las prácticas empresariales socialmente rentables y éticamente buenas y los resultados de las empresas. “Nuestras investigaciones sugieren”, avanza Enza Iannopollo, analista de la consultora estadounidense Forrester Research, “que los consumidores eligen cada vez más las empresas con las que se relacionan en función de sus compromisos y valores corporativos. El 65%, por ejemplo, de los consumidores estadounidenses no compra una marca porque se haya mantenido en silencio sobre un tema que tenía la obligación de abordar”. La salida espontánea de infinidad de empresas occidentales de Rusia anuncia que hay líneas rojas que nadie está dispuesto a sobrepasar.
Son, sobre todo, las generaciones jóvenes las que están guiando este cambio. Un ensayo del banco de inversión Morgan Stanley reveló que el 86% de los millennials está interesado en la inversión socialmente responsable. Poseen una profunda concienciación sobre la emergencia climática. Es la tierra que heredarán. Y nadie quiere caminar sobre un valle de cenizas. Los efectos devastadores del calentamiento global descontrolado —cuenta Sue Noffke, responsable de renta variable británica de Schroders— se han hecho patentes en el histórico informe del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC, por sus siglas en inglés) publicado el pasado mes de agosto. El secretario general de la ONU, António Guterres, describió las conclusiones del trabajo como un “código rojo para la humanidad”. Todo el mundo quiere una economía descarbonizada en 2050. Pero hace falta tiempo, una enorme inversión y tecnologías que aún no están disponibles. Cómo se electrifica un avión, un buque de gran tonelaje o un camión: solo las baterías necesarias ocuparían la mitad de su espacio. “Está muy bien dejar el coche, volar menos, reciclar, etcétera, pero vamos a necesitar que los ingenieros, los agrónomos, los físicos, pongan los medios para solucionar los grandes problemas. Y esto solo se consigue invirtiendo en educación y formación; en el desarrollo de la inteligencia colectiva”, comentaba recientemente el sociólogo francés Gilles Lipovetsky. Es lanzar un mensaje en una botella a todos los países del planeta, sobre todo a los más desarrollados.
El hidrógeno verde (producido a partir de energías renovables) está dentro de esas tecnologías de vanguardia que flota en el ambiente energético. El Plan Nacional Integrado de Energía y Clima, elaborado por el Gobierno, da mucho espacio a esta molécula. “Entre hoy y 2030 debemos tener cuatro gigavatios instalados y de 100 a 200 ‘hidrogeneras’’, actualmente [solo] hay tres”, describe Emilio Nieto, director del Centro Nacional del Hidrógeno (CNH2). Y añade: “Pero España, impulsado por los Fondos Next Generation, está en condiciones de ser tanto productor como exportador. Crear un hub. Y competir ahí fuera”. El CEO de Cepsa, Maarten Wetselaar incidía en esta idea en la presentación de su nuevo plan estratégico 2030 “España puede convertirse en el polo del hidrógeno verde para el resto de Europa, nuestra compañía desplegará 2 GW para liderar esta tecnología en esta década”. Antes debe ajustar los costes. El kilo de hidrógeno gris cuesta un euro y el verde, unos cinco. Mientras se equilibran los números, las renovables y los biocombustibles seguirán avanzando.
Las aspas giran a favor del viento. Zas, zás, zas, zás, zas, zás… Un trabajo reciente de la Agencia Internacional de la Energía (IEA, por sus siglas inglesas) prevé para 2030 cuatro veces más energía eólica que en 2020, 18 veces más vehículos eléctricos y 30 millones de empleos creados gracias a la transición energética. La hoja de ruta la marca la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible de las Naciones Unidas. Un mapa internacional. El presidente estadounidense, Joe Biden, se ha comprometido a reducir las emisiones de carbono de su país entre un 50% y el 52%. Ha puesto encima de la mesa casi tres billones de dólares. A corto plazo, aprobará medidas para contrarrestar la subida del precio de los combustibles ante la crisis energética generada por el conflicto en Ucrania, entre ellas, permitir la venta este verano del combustible E15 que tiene un mayor porcentaje de biocombustible y se produce en EEUU. La administración de Biden también tiene previsto invertir 700 millones de dólares en un Programa de Productores de Biocombustible, 5,6 millones en infraestructuras de energía renovable, y otros 100 millones en infraestructuras de biocombustible.
Europa tiene 750.000 millones de euros procedentes de los ya famosos Fondos de Nueva Generación. Pero los siete países más ricos del mundo (G-7) firmaron en junio bajar, ese año, a la mitad las emisiones. Es un camino común, internacional, de todos, para no perder nuestra Tierra. Veremos, finalmente, si Rusia es expulsada de esa organización. “Uno de los objetivos de la Agenda 2030 es la gestión sostenible de los acuíferos, los ecosistemas y las reservas hídricas”, narra por correo electrónico Virginijus Sinkevicius, comisario europeo de Medio Ambiente, Océanos y Pesca. Resulta posible cuidar el agua e ir mucho más allá. Únicamente con movilizar el 1% de toda la riqueza de las familias del mundo (según diversos estudios oscila entre 230 y 400 billones de dólares) bastaría para aportar 2,5 billones (unos 2,1 billones de euros), la inversión necesaria si se quiere cumplir con los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODSs).
Pero la energía es solo una parte de esa transición. Su corriente va más allá. Genera vibraciones que se multiplican por infinidad de sectores. “La pandemia supone una gran aceleración de tendencias que ya existían en el consumo”, apunta Mauro Guillén, sociólogo y director de la Escuela de Negocios de la Universidad de Cambridge. Y aclara: “El uso de las plataformas digitales ya había revolucionado ese sector antes de la covid-19. Ahora estos espacios digitales los emplea la mayoría de la población”. El docente imagina este nuevo país 2.0 o 3.0 Se imponen los modelos híbridos en el trabajo (mezclando lo presencial y lo remoto, al igual que se quiere separar más la vida laboral y personal) y la inversión se ha desplazado —como un corrimiento de tierras— hacia las grandes plataformas. “En principio, estos cambios podrían hacer que la economía fuera más sostenible. Pero todavía resulta pronto para calcular todos los efectos. Lo importante es que seamos menos despilfarradores en términos de consumidores y los Gobiernos se pongan de acuerdo para caminar hacia esa mayor sostenibilidad”, defiende. Existen trazos, pruebas, propuestas. Se extiende la famosa ciudad de los 15 minutos. Esa idea de tener, al alcance, en ese tiempo, ya sea andando, en bicicleta o en transporte público, los espacios esenciales de recreo, trabajo, salud y comercio. El barrio como ciudad; el barrio como mundo. “Necesitamos pasar por la proximidad si queremos insuflar nueva vida a nuestra democracia, para que los representantes elegidos no se sientan simplemente depositarios de lo que un partido político les ha pedido que digan, sino que sean realmente custodios de la confianza que los ciudadanos han delegado en ellos”, observa el urbanista franco-colombiano Carlos Moreno, ideólogo de esta “nueva” ciudad.
Llegan los nuevos años 20. Es un tiempo de cambio. No de revolución. Los combustibles fósiles irán perdiendo espacio a medida que la tecnología haga factible otras soluciones energéticas. El planeta será más verde y sostenible. Ese es el destino de esta pequeña casa de azul y tierra situada en la orilla de un océano cósmico.
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