Martes, 7 de noviembre de 2023
Quizá todo ocurra en la adolescencia y el resto sea una interminable repetición de días. Hace unas décadas, los chicos que ingresaban en el C.O.U (Curso de Orientación Universitaria, el actual segundo de Bachillerato y título de Bachiller) debían elegir entre ciencias y letras.
En la asignatura de Biología, de la rama de ciencias, uno de los conocimientos obligados era el funcionamiento de la fotosíntesis. En el fondo, explicaba el papel de las plantas en la fijación del dióxido de carbono (C02). Mientras el profesor o profesora advertía muy circunspecta o circunspecto a la clase: “Es un tema importante y puede entrar en el examen de Selectividad [ahora EBAU]”. Cundían los nervios.
En vez de “entrar” usaban la palabra “caer”. La semántica contaba. En aquellos días nadie pensó que las plantas y los árboles eran esenciales para mitigar el cambio climático. “Son unas máquinas muy eficientes en la captura de CO2”, resume Jaume Martínez, miembro del Instituto de Biología Molecular y Celular de Plantas (IBMCP). “Una planta, o varias, en un balcón absorbe bastante dióxido, pero no todos los 8.000 millones de seres humanos que viven en el planeta tienen, o pueden tener, una”, admite. Sin embargo, son parte, tal vez, de la raíz de la solución. Fijan los suelos, evitan su erosión, aportan nutrientes y generan microbiodiversidad. “Hay que cuidar esa tierra”, advierte el científico. Y viaja en la conversación hacía dos destinos. Los bosques son productores de alimentos. Bajo un orden. Es un desacierto enraizar —como se hizo en Galicia, allá por los años noventa del siglo pasado, con eucaliptos, que fijan la tierra, pero que, por contra, consumen enormes cantidades de agua y acaban con especies autóctonas— plantas que no formen parte de su ecosistema histórico porque se convierten en invasoras; una amenaza.
Los jóvenes del COU aprendían en las clases de Biología el valor del equilibrio. La otra voz llega hasta los campos de cultivo. Los bosques han tenido que dejar espacio para que el hombre plante alimentos dentro de una población cada vez más difícil de satisfacer. Pero frente a ciertas visiones intransigentes, la agricultura no es el viaje al fondo de la noche. La clave es plantar aquellas especies que son adecuadas al terreno, a la climatología y sean capaces de capturar CO2. “Un cultivo que fije el dióxido” —insiste Jaume Martínez— “y no permita la erosión”. Regresa al comienzo del viaje. “Los bosques son sumideros de CO2 y el campo debe ir hacia plantaciones más sostenibles”. Además actúan como esponjas acumulando agua. Pero no solo sirve plantarlos. Hay que seguir su comportamiento. La estrategia no es plantar y olvidar sino plantar y cuidar.
En un mundo en el que parece que muchos conocimientos se dan por establecidos, sin embargo existen elementos básicos que quizá la población deja pasar de largo. La fotosíntesis solo la llevan a cabo las partes verdes de las plantas (hojas). “Por ello, las flores no son capaces de captar C02”, aclara Jesús Miguel Santamaría Ulecia, doctor en Biología y Medioambiente y catedrático en Química Analítica de la Universidad de Navarra. “Sin embargo”, como hemos visto, “quienes sí actúan verdaderamente como esponjas para captar carbono atmosférico son los árboles, los cuales pueden fijar grandes cantidades de carbono en su parte leñosa”.
Parece que la solución está ahí, agachándose sobre la tierra, coger un terrón en la mano y dejarla escurrir entre los dedos. Sentir su importancia. Porque la fotosíntesis se expande de la tierra al mar, a las aguas. Los fitoplactons (se alimentan con procesos fotosintéticos) que vagan en busca de luz y alimentos en los mares o las angiospermas marinas (plantas adaptadas a vivir en la mar) son responsables de la fotosíntesis. Pero debemos proteger ese mundo verde. “Sufren por la contaminación y por el aumento de las temperaturas: se ve alterada su capacidad de secuestro de carbono”, avisa Sergi Munné-Bosch, profesor del Departamento de Biología Evolutiva, Ecología y Ciencias Ambientales de la Universidad de Barcelona. Lanza una propuesta, que va ganando cada día más respaldo: la creación de santuarios. “Espacios que no sean accesibles al hombre. De esta forma, estarían protegidos totalmente”. Pero, por qué no, muchos parques naturales ya tienen un número de visitantes limitado y a algunas zonas, incluso, a las que ni siquiera se puede acceder. Ocurre en las tierras, por ejemplo, de los nativos estadounidenses. Existe la propuesta de proteger la fragilidad. Nada nuevo. Hemos convivido con estos reservorios durante décadas. Quizá sin darnos cuenta. Todo puede ser esencial en esta ecuación ecológica. ¿Se acuerdan de la muy publicitada ciudad de los 15 minutos propuesta por el famoso urbanista franco-colombiano Carlos Morales en París? “Quizá no tenga un efecto muy amplio, pero sí un componente, profundo, de sensibilización de la gente, del barrio que pisan, de quienes pasean por él y disfrutan de un jardín y sus plantas y arbolado”, describe Munné-Bosch. Lo que no se puede hacer es crear parterres o parques con especies que no pertenecen a ese paisaje como se suele hacer en algunas ciudades. Con el tiempo, es una propuesta dañina.
En todo este relato, que comenzó en una clase de Biología, ¿qué espacio le queda a la tecnología? “En el caso del hidrógeno verde es muy positiva”, admite el experto catalán. El problema es el tiempo. No tenemos 20 años para solucionar la crisis energética sino tres. Pero el hombre —habita en su ADN— ha sido capaz de hallar las respuestas más complicadas ¿Recuerdan la frase del expresidente estadounidense John F. Kennedy el 12 de septiembre de 1962, tres meses antes del magnicidio, en la universidad Rice ante cientos de estudiantes: “Hemos escogido ir a la Luna en esta década, no porque resulta fácil, sino porque es difícil”? Esto es lo que define al ser humano, que lleva más de 400.000 generaciones sobre este planeta de agua y tierra. De todas formas, los bosques están ahí, las plantas están ahí para ayudar cuando más falta hacen. Se enseñaba, hace tiempo, en un encerado de Biología.
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