Martes, 4 de abril de 2023
Como ocurre con no pocos avances en sostenibilidad, cuando se habla de ello parece estar desgranando la trama de una novela de ciencia ficción. Casi, incluso, de fantasía. En el futuro, las casas podrían crecer como las propias plantas, adaptándose a las necesidades de sus habitantes y haciéndolo de una manera orgánica, y los arbustos ornamentales podrían hacer desaparecer las farolas. Ellos mismos se encargarán de dar la luz necesaria para que caminemos con seguridad por las calles durante las horas nocturnas. Son algunos de los potenciales logros que puede alcanzar la arquitectura genética.
«La arquitectura genética hace referencia a la construcción con materiales vivos o de mínima transformación, los denominados biomateriales», explica Jade Serra, socia en Slow Studio y experta en arquitectura sostenible. «No es ciencia ficción es ciencia empírica, los elementos vegetales son mecanismos vivos altamente evolucionados que son capaces de absorber calorías y energía del ambiente para llevar a cabo la fotosíntesis», asegura.
Alberto T. Estévez, catedrático de Arquitectura, Universitat Internacional de Catalunya, y director del Institute for BioDigital Architecture & Genetics de esa universidad, lleva desde el año 2000 interesándose por el cruce entre arquitectura y ADN. Esto, apunta, era algo que ya se hacía en otros campos de investigación, así que «pensé por qué no empezar a aplicarlo a la arquitectura y el diseño».
Lo hizo con un equipo multidisciplinar desde el entorno universitario y por una razón clara. «Las cosas que haces con elementos vivos son más sostenibles que las que haces con hormigón», recuerda. «Es algo renovable, sostenible, reciclable y se desarrolla con el mínimo consumo», añade.
Estévez ha estado investigando durante años en cómo se puede usar la genética para crear materiales y soluciones que resuelvan algunos de los retos constructivos del siglo XXI, reduciendo su huella ambiental. Por ejemplo, su equipo logró —usando genes de bacterias— convertir a unos limoneros en luminiscentes: es decir, los árboles se iluminaban en la oscuridad y conseguían dar luz sin recurrir a algo tan clásico como una bombilla. No llegaron a las calles, pero sí lo lograron en el laboratorio. «Estuvieron viviendo 13 años y se mantuvo la luminiscencia», indica el experto.
Los límites de la manipulación genética
Su investigación se vio pausada por la falta de fondos tras la crisis económica de hace unos años, pero Estévez está convencido del enorme potencial de la arquitectura genética para el futuro de la construcción y, sobre todo, para hacerla más respetuosa con la naturaleza.
Aun así, cabe preguntarse si alterar la propia naturaleza para crear nuevas soluciones no puede abrir un nuevo debate sobre el propio futuro de esas plantas. El arquitecto recuerda que en Europa existe una normativa muy clara en términos de manipulación genética. En todo caso, añade, «se debe controlar que no haya contaminación cruzada». Es algo posible, indica, y recuerda que un científico siempre debe «ver qué consecuencias puede haber y resolverlas».
Con todo, mirar a la propia naturaleza resulta incuestionable cuando se piensa en cómo convertir a la arquitectura en algo más sostenible. «Los biomateriales son el futuro de la construcción si queremos mantener opciones de supervivencia en un entorno sostenible a largo plazo en nuestro planeta», indica Jade Serra, desde Slow Studio, recordando como, por ejemplo, se está ya trabajando en «multitud de universidades y centros de investigación» para crear materiales como ladrillos de alta estabilidad a partir de hongos.
El futuro de los biomateriales
Aun así, la situación de emergencia climática añade una perspectiva nueva a la hora de enfrentarse a esos trabajos en desarrollo. «Tampoco podemos esperar a materiales del futuro para construir de forma sostenible cuando ya tenemos muchísimos biomateriales en funcionamiento», afirma Serra. Es decir, no hay que esperar a que se descubran grandes novedades cuando nuestros bisabuelos, por así decirlo, ya los estaban empleando sin hacerlos pasar por el laboratorio.
El corcho, la madera, la cal o las fibras vegetales llevan mucho tiempo siendo parte de la tradición constructiva. «Los biomateriales eran los materiales convencionales de la Humanidad y de los que conservamos ejemplos en pie con más de 500 o 1000 años de historia», indica. «Las únicas trabas a su utilización masiva hoy en día son la falta de información y la pérdida del conocimiento y experiencia en su uso en favor de la utilización de materiales como el acero y el hormigón», lamenta.
En resumidas cuentas, si la arquitectura de ADN es todavía un campo en el que experimentar, la arquitectura sostenible de una manera general no lo es.
«Los edificios respetuosos con el entorno son los denominados edificios de impacto nulo», explica Serra, «es decir, son construcciones cuyo ciclo de vida tiene un mínimo o nulo impacto sobre el medio ambiente, la salud de las personas y el uso responsable de recursos». Para ello, este tipo de espacios parten de una «visión holística», ya que piensan en todos los momentos de uso y en todas las fases de construcción del espacio.
También —y más allá de los materiales— se puede trabajar con la naturaleza para desarrollar soluciones que mejoran la calidad de vida de las personas. «El bioclimatismo es el diseño de espacios que respetan el clima y la tradición constructiva del lugar donde se implantan», indica Sierra.
Para ello, el trabajo arquitectónico tiene en cuenta las condiciones del entorno. «En invierno, captamos sol a través de aberturas a sur, un calor que acumulamos en muros de inercia y no permitimos que se escape gracias a un elevado aislamiento y estanqueidad de juntas», ejemplifica la experta, recordando que, por el contrario, en verano se busca proteger a los habitantes del sol y se potencia el frescor de las horas nocturnas.
Observar el propio trabajo de la naturaleza ayuda a comprender cómo se pueden hacer mejor las cosas. «La naturaleza lleva millones de años desarrollando arquitecturas», apunta Alberto T. Estévez. Siempre se lo recuerda a sus alumnos. Y si Gaudí desarrolló esas formas tan nuevas y llamativas, que solucionaban tan bien los retos constructivos, añade, fue porque se paró a mirar cómo lo hacían los árboles. «Gaudí descubrió la geometría en la naturaleza», concluye.
No menos interesante es la incorporación de elementos como jardines —es lo que acaba de ocurrir con el tejado de la Biblioteca de Lisboa— para crear refugios climáticos o mejorar la eficiencia.
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