Jueves, 4 de julio de 2024
Si se observa el mundo que nos rodea con atención, prestando detalle a todas las piezas que lo forman, un elemento muchas veces invisible empezará a hacer notar su presencia. Es el musgo, cuya vida es casi secreta para la persona de a pie. No lo vemos, no lo observamos y no nos paramos a pensar en su papel fundamental para el buen funcionamiento de la naturaleza.
Como apunta en Reserva de musgos, que acaba de publicar Capitán Swing, la brióloga Robin Wall Kimmerer, “los musgos son tan desconocidos para el público general que solo unos pocos cuentan con nombres comunes”. Seguramente, su pequeño tamaño los haya empujado a esta vida discreta. “Las plantas siempre pasan más desapercibidas que los animales”, reflexiona al otro lado del teléfono Rafael Medina, profesor en la Universidad Complutense de Madrid y secretario general de la Sociedad Española de Briología.
De hecho, como señala Medina, cuando hablamos de musgo en singular olvidamos que son, en verdad, muchos musgos. “Hay muchos distintos. Sería como llamar a todas las plantas árbol”, apunta. Solo en la península ibérica hay unas 1.100 especies de briófitos (musgos y plantas relacionadas). “Me gusta compararlos con las 6.000 y pico de plantas vasculares, una parte nada desdeñable”, indica.
Desconocida, pero no sencilla
Está claro que esa vida 'secreta' para una gran parte de la población no lleva implícita una sencilla. Casi, al contrario. “Los musgos no son como el hilo musical de los edificios: son los hilos entrelazados de un cuarteto de Beethoven”, escribe Wall Kimmerer. “Conocer los musgos enriquece nuestro conocimiento del mundo”, defiende.
Para empezar, llevan mucho tiempo en el planeta. “Un musgo de verdad, o briofita, es la más primitiva de las plantas terrestres”, afirma la experta estadounidense. Los musgos fueron las plantas ‘pioneras’, aquellas que abandonaron el agua para convertirse en terrestres.
Para continuar son fundamentales en el funcionamiento de los ecosistemas. Cuando imaginamos un bosque, lo llenamos de árboles, pero también de musgos. “La belleza de los musgos en estos bosques no es solo visual. Resultan esenciales para su funcionamiento”, se lee en Reserva de musgos. “Miguel Delibes de Castro comparaba el bosque con una lavadora, con un montón de tuercas”, ejemplifica Medina. Puede soltarse o perderse una y que no pase nada, pero si empiezan a fallar muchas de ellas la lavadora dejará de funcionar. Los musgos son esas tuercas tan importantes. “Hay que conservar esa diversidad para que funcione todo”, indica el especialista.
Son importantes para las semillas, a las que ayudan en su crecimiento y de las que son banco, pero también funcionan atrayendo vida. La observación de los musgos —como cuenta en su libro Wall Kimmerer— demuestra toda su complejidad y su impacto en el mundo que los rodea. Los musgos, suma Medina, amortiguan la entrada y salida de agua o la captan de la atmósfera (como ocurre en los bosques de laurisilva), son el lugar en el que viven muchos pequeños animales o protegen el suelo de la erosión. “En nuestro país, que es bastante árido, en zonas esteparias quienes protegen el suelo son los musgos”, muestra.
Igualmente, han existido usos tradicionales para el musgo, que se han quedado olvidados. Entre los pueblos nativos americanos, por ejemplo, servían como pañales o compresas durante la menstruación, aunque esa memoria se haya quedado un tanto perdida, como recopila la experta estadounidense, porque los investigadores que escribieron en el siglo XIX textos etnográficos lo pasaban por alto como poco relevante.
Información valiosa
En las ciudades, y en el presente, también viven los musgos y están transmitiendo una información especialmente valiosa. Como apunta Robin Wall Kimmerer, son como el canario en la mina. La desaparición de los musgos urbanos habla de una muy mala calidad del aire: no están ahí porque la contaminación es excesiva. “Podemos controlar el alcance de la contaminación atmosférica gracias a la sensibilidad de los musgos”, escribe. “Por su papel indicador, es una de esas primeras piezas de la lavadora”, resume Medina echando mano también aquí de su efectiva metáfora. Por ello, hay que “prestarles más atención”.
A todo esto se suma que, en este contexto de emergencia climática, los musgos tienen un papel fundamental. Medina insiste en la importancia del musgo de turbera ante el carbono. Cuando se habla de pulmones verdes del planeta, esos que limpian la atmósfera, se suele pensar en árboles frondosos, en grandes bosques. Se olvida en esa ecuación a los musgos. Los musgos de turbera —que se encuentran en Siberia, el norte de Europa y parte de Canadá— son “reservorios de carbono importantísimos”.
Dicha especie se encarga de limpiar estas emisiones. Perderla sería una tragedia, pero no solo porque dejaría de 'chupar' carbono. Uno de los peligros es que la muerte de esta especie de musgo libere a la atmósfera lo que ha acumulado durante siglos. “Sería catastrófico”, señala Medina. Por ello, “hay que cuidarlo”, insiste, y eso implica un trabajo global.
Así, hay que evitar que las altas temperaturas deshielen el Ártico y proteger los ecosistemas árticos para que no sufran agresiones. También se debe evitar el uso de musgo de turbera para cosas en las que es fácilmente sustituible. Por ejemplo, apunta el experto, es lo que traen muchas orquídeas en sus macetas y se emplea en jardinería. Mejor sería no hacerlo. Medina recuerda, de paso, que recolectar musgo en la naturaleza —sea de la especie que sea— es algo prohibido por ley en los suelos españoles.
De hecho, protegerlos también aquí es importante. Existen especies únicas que si desaparecen de los suelos españoles lo harían para siempre. Medina invita a repasar el Atlas y Libro Rojo de los Briófitos Amenazados de España para saber más de los musgos en peligro. Frente a las “especies carismáticas” de animales de las que todos nos preocupamos —y deberíamos seguir haciéndolo, claro—, la educación ayudaría a entender que la importancia de cuando se protege un musgo y su ecosistema. Todos entendemos lo terrible que sería tirar la catedral de Santiago para hacer ahí un aparcadero, ejemplifica Medina. Ahora queda entender que con la naturaleza ocurre lo mismo.¿Te ha parecido interesante?