Jueves, 8 de febrero de 2024
Cuando se piensa en reciclaje, control del consumo de recursos u optimización de materiales para reducir el impacto en el medioambiente y mejorar la sostenibilidad, se piensa en muchas industrias. Cualquiera podría hacer una lista a vuelapluma de dónde y por qué se deberían aplicar estas medidas. Lo más probable, sin embargo, es que la sanidad no entrase en ese registro, porque los hospitales no son uno de los espacios en los que se piensa cuando se aborda cómo hacer el mundo más verde.
Otro estudio, en este caso publicado en el verano de 2020 en The Lancet, sitúa en este sector un abanico de entre un 1 y un 5% de todos los impactos globales ambientales. Dada la intensa actividad del sector sanitario —que supone el 9% del PIB de media—, entender el impacto de la sanidad en el entorno resulta todavía más destacable, alerta.
El transporte de pacientes o la necesidad de calentar el aire o el agua tienen consecuencias directas sobre el entorno, por ejemplo. También los tiene indirectos, como los que generan las necesidades de fabricación de algunos materiales necesarios. A eso hay que sumar los residuos que se generan —por razones sanitarias se necesitan muchos elementos de usar y tirar— cada año derivados de las necesidades médicas de la población.
Los hospitales tienen muy presente su huella ecológica y cómo deberían —o podrían— reducirla. Se habla ya de «hospitales verdes». Existen redes globales de centros sanitarios que están haciendo ajustes para reducir ese impacto, campañas que se dirigen a la ciudadanía —que necesita participar en esa buena gestión de los residuos médicos— o acciones de renovación de las instalaciones que ya tienen en cuenta criterios ecológicos.
A veces, las propias necesidades de operativa de los centros sanitarios son una ventana de oportunidad para hacer esos ajustes. Es lo que les ocurrió al Hospital Universitario Severo Ochoa, en Móstoles. En su caso, el proceso arrancó en 2014. «Nos dimos cuenta de que el estado de las instalaciones estaba obsoleto», apunta Javier Reneses, director de Gestión y SSGG del centro. Era una de esas reformas que cualquier edificio puede tener que afrontar pasado el tiempo, que aquí resultaba más sensible por tratarse de un espacio hospitalario. Cuando desgrana qué objetivos se plantearon, Reneses apunta ya sumaron uno medioambiental.
En el caso de este hospital de Móstoles, según cuenta Fernando Durban, director de área de Eficiencia energética del Grupo Empresarial Electromédico, la empresa que lo ha ejecutado, los cambios se están realizando con un «espíritu de mejora continua».
La instalación fotovoltaica ya está llevando a que el 25% de la energía que consume el hospital venga por esa vía. En un futuro, se podrían hacer más cosas, como por ejemplo alimentar con ella puntos de recarga para vehículos eléctricos o llegar a un autoconsumo pleno. Usar sistemas que detectan la presencia humana —y no el movimiento— permite reducir el despilfarro energético sin resultar disruptivos. Otra área es el reaprovechamiento de calor, usando en un piloto la tecnología para reutilizarlo para calentar agua o en la calefacción y así bajar el gasto de gas. El objetivo es «ser un hospital autosuficiente», es «muy complicado de alcanzar, pero alcanzable», señala Durban.
Los ejemplos de este cambio de visión de cómo debe ser un hospital empiezan a verse repartidos por la geografía global. Los centros sanitarios piden certificaciones medioambientales, reajustan sus operativas —se pueden crear quirófanos verdes— o reducen el despilfarro.
Una transformación compleja
El gran reto de los hospitales en su conversión verde está en su propia naturaleza. No solo se trata de espacios sensibles, sino que mantienen una actividad continuada. No hay un momento de paro. «Requiere muchísima energía, también por la noche», recuerda Durban. «El objetivo en principio fue reducir el impacto ambiental sin verse afectado [en sus necesidades energéticas]», explica Reneses sobre su propia experiencia.
Los hospitales no pueden permitirse realizar sacrificios en uso de energía que sí son factibles en un edificio de oficinas, por ejemplo. Como recuerda Reneses, los hospitales tienen servicios de riesgo crítico, con un consumo muy elevado de recursos energéticos. En casa podemos plantearnos si necesitamos tanta electricidad, pero es algo más complejo en una UCI. Tampoco pueden verse comprometidos por un fallo en sus redes de energía. Esto lleva a que su transición ecológica sea compleja, pero no por ello imposible.
¿Cómo cambiar los hospitales para hacer que sean más verdes? Tanto Reneses como Durban defienden el valor de la colaboración público-privada para hacer esta transición, porque requiere una inversión que a veces se escapa de lo que los propios hospitales pueden hacer. Ambos hablan también de trabajar con proyectos con vistas a un futuro amplio. Aquí entra en juego la propia complejidad del proyecto, pero igualmente la propia naturaleza del proceso de reajuste.
Los responsables del mencionado estudio publicado en The Lancet invitan a ser conscientes de los datos, medir los impactos y tomar decisiones con ellos presentes. Recordar el efecto arrastre que puede tener la sanidad sobre sus proveedores ayuda a ver cómo se puede crear un 'círculo virtuoso'. La Agenda Global para Hospitales Verdes y Saludables de la Red Global de Hospitales Verdes y Saludables quiere reemplazar las sustancias químicas nocivas, mejorar el trato de residuos, apostar por la eficiencia energética, reducir el consumo de agua o diseñar hospitales más verdes.
Hacer ajustes tienen efectos directos. «Dejamos de emitir toneladas de CO2 a la atmósfera», cuenta Reneses. La salud del planeta es también la salud de las personas que en él viven
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