Martes, 4 de octubre de 2022
Por debajo de los inconmensurables e hipnóticos azules y verdes del océano se encuentra la mayor parte de la biodiversidad del planeta. Hablamos de ‘bosques’ submarinos y arrecifes que producen, al menos, el 50% del oxígeno del planeta, constituyendo también una fuente de alimentación para millones de personas en todo el mundo. Son sus cualidades las que precisamente los ponen en peligro: el aprovechamiento intensivo de esos recursos y los efectos del calentamiento de la Tierra, entre otros fenómenos, están mermando los ecosistemas de uno de los grandes pulmones del planeta. Ante esta situación, aplicar en el medio marino los conocimientos tecnológicos y biológicos más novedosos se ha convertido en una misión irrenunciable para sostener el equilibrio de la biosfera, pero también el climático y el alimentario.
Los océanos cubren el 70% de la superficie del mundo y son el hogar del 80% de todos los seres vivos, absorbiendo el 25% de las emisiones de dióxido de carbono y capturando un 90% del calor extra generado por estas. ¿Por qué, entonces, no identificarlos como una prioridad ante el reto climático? Como sostuvo Antonio Guterres, secretario general de Naciones Unidas, en la reciente Conferencia de los Océanos 2022, su cuidado es parte de un nuevo capítulo en la relación entre las personas y el entorno, además de un reto primordial para el cumplimiento de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) de la Agenda 2030. Recordemos que esta década también ha sido declarada por la ONU como la de las Ciencias Oceánicas para el Desarrollo Sostenible. El objetivo es investigar, cartografiar (la mayor parte aún no lo está) y explorar los océanos para que la tecnología de vanguardia nos ayude a preservarlos y protegerlos.
Ahora bien, ¿qué estamos haciendo para conservar la biosfera submarina? Para comenzar, países como España, desde el marco jurídico, han adoptado con seriedad las medidas del ODS 14, como reducir la contaminación marina y tener el control de la sobrepesca (que pone en grave peligro a los tiburones y a las rayas, por ejemplo). Pero además de eso, también hay personas que luchan por esta causa desde la sociedad civil, como el reconocido ambientalista neerlandés de 28 años, Boyan Slat. Su caso es el de The Ocean Cleanup, una fundación creada por él mismo que se dedica al desarrollo de tecnologías de gran escala para limpiar de plástico los océanos. Sus objetivos son tan ambiciosos que pretenden retirar el 90% de este material presente en los mares. Su impacto es global, y empresas como Coca-Cola ya colaboran con su causa. Las metas que se han planteado no son sencillas, pero sus resultados invitan al optimismo: ya han recogido los primeros 100.000 kilogramos de plástico de la ‘Great Pacific Garbage Patch’ (en castellano, gran mancha de basura en el Pacífico). Sin embargo, queda mucho trabajo por hacer, pues se calcula que esa isla gigante de plástico flotante está compuesta por más de 100.000.000 kilogramos de residuos plásticos.
Con la misma voluntad, Cepsa ha impulsado proyectos dedicados a la protección del medio marino. Uno de ellos es SICMA, un innovador sistema que utiliza el ‘big data’ para anticiparse a hipotéticos incidentes con sustancias químicas en el ámbito marítimo y portuario. Algo similar ocurre con NETCON, una red inteligente de sensores de fibra óptica especializada en la inmediata detección de fugas en sus instalaciones marítimas.
La educación es la mejor herramienta
Aunque parezca que el plástico es el enemigo número uno de los océanos, la realidad nos muestra que no es así: las miles de toneladas de basura que llegan al agua no lo hacen solas. La mala gestión, así como la falta de educación y conciencia forman parte del origen del problema.
Así lo sostiene Alejandra Ramos, una divulgadora mexicana dedicada a desmontar mitos sobre el falso ambientalismo. Para ella, el hecho de sustituir pajitas de plástico por unas de bambú no es una solución. Ramos suele hablar sobre un caso particular, el de Noruega y Bangladesh respecto a la relación consumo-gestión del plástico que llega al océano. Bangladesh, como ella misma cuenta, prohibió hace años los plásticos de un solo uso, lo que parecería una iniciativa excelente para evitar que ese material siga llegando a las aguas del mundo; sin embargo, no es así: aún hoy aparece en el top 10 de los países que más plástico vierten al mar. ¿Por qué? Porque su gestión al respecto no es adecuada. Por otra parte, está Noruega, el país que más plástico consume per cápita y, a la vez, el que menos contamina los océanos: su gestión del plástico es tan eficiente que incluso tienen un sistema para recolectarlo y convertirlo en energía.
El futuro de la vida en la Tierra depende en muy buena medida de lo que hagamos cada día por la vida marina y por nuestros océanos. Por eso mismo conviene apostar por su cuidado y por una gestión inteligente de nuestros residuos, para que de esa manera nunca más tengamos miedo de que las coloridas estampas que nos regalan los fondos y la superficie marinos queden reducidos a una escala de grises.
¿Te ha parecido interesante?