Martes, 26 de marzo de 2024
El chispazo de inspiración vino de un documental. Mostraba lo apartadísima que estaba la infancia del campo y lo poco que sabían sobre de dónde venían las cosas que comían. Era ese tipo de historias de niños que piensan que los pollos salen de una bandeja de corcho blanco en una balda de un supermercado y que siempre sorprenden en las conversaciones en redes sociales. Al otro lado de la pantalla, viéndolo, estaban Visi Bonet y Teresa Villarroya. No eran unas espectadoras sorprendidas más, sino las responsables de una granja, en unas tierras que llevan mucho tiempo en la familia de Villarroya. Y desde ahí se lanzaron a acercar la realidad del campo a quienes no sabían mucho sobre ella: cualquiera puede ser en su granja pastor por un día.
Lo hacen desde el Maestrazgo, en Teruel, la zona más despoblada de Europa, apunta Bonet. En Casa Rural Chulilla de Villarroya de los Pinares ya tenían un apartamento rural. «Venía la gente y le decíamos si querían ver los animales», explica. Ahora, tienen una experiencia mucho más completa. Es como un safari rural, en el que se ve de cerca vacas o caballos, señala. Una experiencia de turismo rural un tanto diferente, inmersiva.
Unos kilómetros más al norte, se puede hacer lo mismo en Abadiño, Bizkaia, donde opera Alluitz Natura. «Yo no soy pastor de toda la vida», reconoce al otro lado del teléfono Patxi Solana, su responsable. Llegó a esto tras comprar un caserío, poner ovejas latxa y pensar bien qué podían hacer con ellas. Hicieron cursos de pastoreo (y así Solana se convirtió en pastor), aprendieron a hacer queso y de ahí acabaron abriendo sus puertas a quienes quieren conocer cómo se trabaja con estos animales. «Que la gente conozca», resume Solana los objetivos de su programa en el que se puede pasar una jornada pastoreando con él. Se rompe así la distancia entre el campo, los animales y quienes no están acostumbrados a pasar los días con ellos.
Ahí está una de las piezas clave tras este tipo de iniciativas. Lo que les interesa a quienes crean estas propuestas de «pastor por un día» no es lo curioso, sino la potencial transmisión de información. Es una manera para lograr que la gente conozca bien cómo se trabaja en el campo, cómo puede ser la agricultura y la ganadería que conectan con el lugar en el que operan. Detrás de estas iniciativas están granjas que trabajan apegadas a la tierra. Como recuerda Bonet, en su explotación turolense, «trabajamos en extensivo». Cuidan del bosque y de la naturaleza que los rodea: sus propios animales lo hacen, van comiendo a sus diferentes alturas y mantienen el campo limpio.
Igualmente, también ayudará a que se comprenda mejor qué hacen quienes trabajan en el campo. Como apunta Bonet, puede ayudar a cambiar «la percepción que tiene de los ganaderos», a entender el amor por los animales de quienes trabajan con ellos. Este tipo de explotaciones ganaderas no son macrogranjas. No menos importante es que permite entender los ritmos del trabajo en el medio rural y sus retos. «Aquí dependemos del tiempo», ejemplifica la ganadera. «Creo que por un lado ayuda a que la gente valore más lo que supone trabajar en el campo y por otro rompe con esa imagen idílica del campo», responde Solana cuando se le pregunta por la cuestión. Esto es, ayuda a que la gente tenga una visión mucho más cercana a cómo es la realidad del medio rural.
¿Quiénes se aventuran a ser pastores por un día? A la granja turolense van muchas parejas con niños, una actividad familiar, pero también jóvenes y estudiantes. «Esto es muy dinámico», asegura Bonet. Ropa cómoda y calzado que permita la caminata y ya se está listo para recorrer el campo siguiendo a los animales de la granja. «Es para todo perfil de público», apunta desde el campo vasco Solana. Entre semana, ellos reciben visitas de colegios y en fin de semana familias y grupos.
Como señalan ambos expertos la experiencia cambia según el tipo de público, porque eso es, entre otras muchas cosas, lo que permite el campo. Patxi Solana puede hablar con los adultos de inseminación artificial y con los más pequeños del ordeño, por ejemplo. Son cuatro horas de actividades y de estar con los animales. Salen toda clase de conceptos. Por acabar, hasta se acaba hablando de cambio climático y de toda la problemática deriva de la emergencia climática. Así, se puede hablar de qué es exactamente el «buen tiempo». «Si en noviembre vamos a la playa, tenemos un problema», resume Solana. «En el campo, es donde lo ves directamente», recuerda. Ellos han visto la subida del precio del forraje. No están solos en ello. En Teruel les preocupa la sequía.
A algunos visitantes la experiencia los reconecta con su propia memoria familiar «Muchos en cuanto llegan me dicen que les recuerda a sus abuelos», apunta Bonet. «Nuestra masía es de 1889». Están, dice con buen humor, anclados en el pasado, pero muy felices. La luz viene de paneles solares y el agua del río cercano.
¿Pueden este tipo de iniciativas ayudar a fijar población en el entorno rural o hacer que se pinchen algunos estereotipos que prevalecen sobre esa España? «Las dos cosas», responde Bonet. «Nuestro problema básico son las infraestructuras», aprovecha para señalar. Reclama inversión pública para mejorarlas, como por ejemplo con un buen internet; elementos para «no quedar aisladas».
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