Jueves, 19 de octubre de 2023
Cuando se trata de acceso al conocimiento, sea desde un punto de vista cultural, científico o simplemente por entretenimiento, las reglas de la economía circular funcionan mejor que nunca. Por ejemplo, si alguien lee un libro y lo cede, vende o presta a otra persona, ambos habrán accedido a su información y el objeto material, lejos de tener fecha de caducidad, será atemporal y podrá ser utilizado después por cualquier persona y en cualquier momento. Los libros son puertas al saber humano y, como tesoros que son, un operario del servicio de basuras del barrio de Çankaya, en Ankara (Turquía), tomó la decisión en 2016 de recoger y compilar todos aquellos que iba encontrando en el ejercicio de su labor diaria. Su sueño era crear una librería al servicio de la comunidad y lo consiguió, hasta el punto de que en solo ocho meses contaba con 5.000 ejemplares distribuidos en 17 categorías. Tres años después, estaban a disposición de los lectores más de 25.000 libros.
Sin embargo, al margen del contenido de cada libro, cabe preguntarse si, cuál es su impacto más allá del residuo que pueda generar cuando ya no se considera útil, su producción deja tras de sí un importante impacto medioambiental. Pese a que no abundan los estudios e informes al respecto, solo en Estados Unidos se publican más de 2.000 obras al año, que consumen alrededor de 16 millones de toneladas de papel. Traducido en impacto directo, estas cifras recogidas por el portal Renovables Verdes suponen la tala de 32 millones de árboles cada año. ¿Y en nuestro país? Según una estimación realizada por los autores Jordi Panyella y Manuel Gil, publicada en Publisher Weekly, en España se emitirían más de 79.000 toneladas de gases de efecto invernadero (GEI) al año. El dato se refiere al ejercicio 2021 y se extrae de multiplicar los 198.132.000 ejemplares publicados por los 400 gramos de GEI. Un cálculo realizado a partir de las estimaciones facilitadas por la industria editorial alemana.
Ante la magnitud de estas cifras, parece obvio que la forma más eficaz de evitar el impacto ambiental es comenzar a aplicar las dos primeras erres de la economía circular, es decir, reducir y reutilizar. En el caso de la segunda, más allá de la mencionada biblioteca de Ankara, existen numerosos ejemplos de cómo los libros pueden tener infinitas oportunidades de ser leídos, sea por iniciativas como el bookcrossing o mediante las llamadas librerías de viejo. Mientras el primer concepto hace referencia a la práctica de dejar libros en lugares públicos para que otros usuarios puedan recogerlos, leerlos y después repetir la dinámica; las librerías de segunda mano profesionalizan el proceso aportando valores añadidos, tales como la selección de obras en óptimas condiciones, la catalogación por áreas o disciplinas, la identificación de libros difíciles de encontrar, la monetización de las transacciones, además del asesoramiento y la atención directa al cliente.
Es el caso de Lost Things, establecimiento ubicado en el centro de Madrid que lleva más de una década ofreciendo a sus clientes “objetos más o menos vintage”, como reconoce su responsable, Jordi Romeu. “Vendemos música en todos sus formatos y también tenemos algunos dispositivos electrónicos como cámaras de foto o walkman. En el caso de los libros, la gente los dona cuando se quiere deshacer de ellos, aunque también realizamos una labor de búsqueda en rastros o lugares de interés. En el mercado de segunda mano, tienen mucho éxito los trabajos de autores como Hermann Hesse, Kerouac, Bukowsky, Murakami, García Márquez, Cortázar, Unamuno o Valle-Inclán”, admite. Respecto a los beneficios medioambientales de su actividad, Jordi explica que “son productos que no pierden su funcionalidad y pueden pasar por muchas manos. Los consumidores, especialmente aquellos que desean ahorrar dinero o están concienciados con la sostenibilidad, cada vez le dan menos importancia a estrenar objetos nuevos”.
Con un modelo de negocio parecido, pero, en este caso, con la intención de llegar a un público amplio, nació la cadena Re-Read. “Nuestro lema es Reduce& Reuse& Read —reduce, reutiliza y lee, en inglés—, ya que nos sentimos muy comprometidos con el medioambiente y nuestro principal objetivo es alargar la vida de productos que ya existen”, asegura Nicolás Weber, director de Re-Read Librería Lowcost. Tanto es así que en su página web disponen de un contador en tiempo real que informa a los usuarios de cuántos libros se reciclan en sus 56 establecimientos cada año —1.973.857 en 2022; 1.879.065 en 2021; y 1.373.068 libros en 2020—, así como cuántos litros de agua se ahorran y árboles se dejan de cortar.
Sobre el perfil interesado en esta suerte de economía circular, Nicolás precisa que “son los propios vecinos los que nos traen los libros, aunque cuando son cantidades grandes pasamos nosotros a buscarlos. Queremos ser un comercio de proximidad, y por esta razón, nuestros principales clientes suelen vivir cerca y se pasan a buscar lecturas para el fin de semana o para los más pequeños de la casa”. Además, en Re-Read han detectado un comportamiento interesante: “También hay muchos amantes de los libros que, en cuanto pasan delante de uno de nuestros escaparates, no pueden evitarlo y entran a mirar. También se da el caso, incluso, de libreros que vienen en busca de buenas oportunidades”, concreta.
¿Sirve la digitalización para ser sostenible en este sector?
Cualquier intento de minimizar el impacto de esta industria sobre el medioambiente no puede obviar que, antes de reutilizar, se puede (y debe) reducir. Es en este punto dónde cobra especial relevancia el libro electrónico. Pese al debate que han suscitado entre los lectores desde sus orígenes, los ebooks se han hecho un hueco en las mesillas de noche de los lectores del mundo entero. Es cómodo, barato y… ¿contamina menos? ¿O quizá no? De nuevo, Jordi Panyella se ha ocupado del asunto y ha llegado a sorprendentes conclusiones. Así, el activista cultural y editor cooperativista explica en un artículo escrito en colaboración con Marta Escamilla, en el que se compilan algunos de los datos más relevantes sobre la cuestión, que “un 45% de la huella energética del entorno digital procede de la fabricación de los equipos y el resto del uso que se hace de ellos”. Y es que internet y el consumo de datos contaminan y mucho: “Si la red fuese un país, sería el sexto en emisiones, y si le sumásemos las generadas por los aparatos electrónicos que requieren navegación, se trataría de la industria que más emisiones genera, con diferencia”, recoge el mismo artículo.
Según la Asociación Española de Fabricantes de Pasta, Papel y Cartón (ASPAPEL) “se necesitan leer, al menos, 33 libros de 360 páginas (cada uno) en algún dispositivo de lectura digital o ereader para amortizar el coste medioambiental de todo el ciclo de vida de su impresión en papel". No obstante, estas cifras chocan con las aportadas por la compañía Cleantech Group en su informe The environmental impact of Amazon's Kindle, donde defienden que “el carbono emitido en el ciclo de vida de un dispositivo para leer libros electrónicos se compensa por completo después del primer año de uso. Cualquier año adicional deriva en un ahorro equivalente a una media de 168 kilos de CO2 al año (las emisiones producidas en la fabricación y distribución de 22,5 libros), aunque hay ahorros adicionales en emisiones tóxicas provenientes de la publicación y el uso del agua. (…) Y si se usara toda la memoria del libro electrónico, el ahorro en emisión de gases de efecto invernadero sería de 11.185 kilos”. El debate está servido.
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