Martes, 24 de enero de 2023
La actual crisis energética, derivada de un contexto socioeconómico marcado por la guerra en Ucrania y el incremento de los precios, ha provocado un panorama medioambiental diferente. Por un lado, se ha puesto de manifiesto la necesidad de acelerar la transición energética hacia un modelo más sostenible y seguro en cuanto a su suministro; por otro lado, las energías renovables y nuevas energías como el hidrógeno verde se postulan como las grandes herramientas para evitar no solo la dependencia de los combustibles fósiles, sino también de ciertas influencias.
¿Pero cómo alcanzamos esa transición? ¿Debe primar la urgencia por lograrla a cualquier precio? ¿Tenemos tiempo para diseñar una estrategia justa para toda la sociedad? En el ‘Foro abierto: la fiebre de la transición energética’, celebrado durante el Foro Económico Mundial de Davos 2023, en Suiza, un panel de expertos abordó estas cuestiones y cómo podemos encontrar soluciones energéticas limpias y asequibles para todos, con el fin de adaptarse a las nuevas variables desde la producción industrial hasta el consumo doméstico.
En este coloquio, los participantes estuvieron de acuerdo en señalar que la seguridad del suministro es el pilar fundamental para garantizar el acceso a la energía para todos los niveles económicos y que, para ello, debe existir un marco regulatorio consolidado que proteja este ámbito. Si bien es cierto que los imprevistos pueden afectar de formas insospechadas, tener mecanismos definidos de acción para mitigar sus efectos es básico. Además, dentro de este concepto de protección energética, la diversificación aparece como gran aliada para escapar de la dependencia de un solo material, que nos puede llevar, por ejemplo, a retomar el uso de fuentes de energía como el carbón, un recurso con efectos más perjudiciales para el medioambiente.
De hecho, según el informe anual de la Agencia Internacional de la Energía (IEA, por sus siglas en inglés), los elevados precios de la energía provocaron una enorme transferencia de riqueza de consumidores a productores, con niveles parecidos a los del 2014 en el caso del petróleo, pero inéditos en gas natural. Por el contrario, los costes de las energías renovables apenas han sufrido incrementos, lo que subraya que se trata de una crisis donde la transición energética es la solución, y no el problema.
En este sentido, la ministra de Cooperación Internacional de Egipto, Rania Al-Mashat, subrayó que la crisis energética no puede medirse bajo el prisma de una sola métrica, ya que “nos afecta en varias formas”: social, económica y, por su puesto, medioambientalmente.
Bajo su experiencia, “aquellos que contaminan menos son en general los que más sufren las consecuencias del cambio climático, como pasa en varios países de África”. Por ello, considera necesario tener una visión más amplia para encontrar mecanismos de innovación que tengan en cuenta las características particulares de cada zona, ya que no será lo mismo actuar en países desarrollados que en vías de desarrollo, o en uno con un clima desértico frente a uno mediterráneo.
Una teoría que también apoya el director general de la Alianza Solar Internacional (ISA, por sus siglas en inglés), Ajay Mathur, para quien la clave está en pensar de forma sectorial y estacional. “El sol está disponible cuando brilla y el viento cuando sopla, eso pasa casi siempre pero no siempre, por lo que debemos centrarnos en tecnologías de almacenamiento. Cuando eso ocurra, llegarán los cambios. Garantizar la tecnología y los materiales fundamentales es estratégico”, expresó durante su intervención en Davos.
Por su parte, el CEO de Cepsa, Maarten Wetselaar, argumentó que “subir el precio del carbono es una de las herramientas más efectivas” que se pueden realizar para favorecer la apuesta por energías renovables. Junto a esta propuesta, añadió la idea de incentivar las inversiones dirigidas a la circularidad, ya que considera que lograr una cadena de producción y consumo sostenible en todos sus eslabones es positivo.
También advirtió sobre la necesidad de evitar un aumento de la desigualdad en el marco de la transición energética. “Una transición rápida puede generar problemas secundarios. Por ejemplo, dejar fuera a las familias que no pueden comprar coches eléctricos porque el precio de estos es todavía elevado”, añadió.
Con ello, se abrió un debate sobre la velocidad de aplicación y las necesidades de la sociedad, puesto que las nuevas tecnologías generalmente necesitan grandes inversiones, lo que se traduce en “un coste real de la transición” que no se puede afrontar solo desde un sector. Con ello, se abrió un debate sobre la velocidad de aplicación y las necesidades de la sociedad, puesto que las nuevas tecnologías generalmente necesitan grandes inversiones, lo que se traduce en “un coste real de la transición” que no se puede afrontar solo desde un sector.
Asimismo, apuntó que “en el camino hacia la transformación energética, necesitamos más cooperación y una comunicación multilateral, activa e inclusiva: que no deje fuera a ningún actor relevante y priorice las necesidades de los jóvenes. Solo así podremos ayudar a restaurar la confianza entre bloques, a frenar la fragmentación geoeconómica y a evitar el choque cultural, que preocupa sobre todo en el largo plazo”.
Carreras verdes para afrontar el futuroLa climatóloga Lauren Shum, que trabajó en el Departamento de Energía de los Estados Unidos, alegó en las conclusiones de su intervención que se necesitan “más profesionales en carreras de estudios verdes”, en un llamamiento a las jóvenes generaciones para que tengan voluntad de participar en este proceso y puedan aportar sus ideas a la transición energética. Shum apuntó que la crisis “ha tenido cosas buenas”, como una mayor concienciación y preocupación de la sociedad ante la subida de precios en la energía, lo que ha hecho que crezca la demanda de otras alternativas.
“Las oportunidades ahora mismo están en los países en desarrollo, pero aquí aparece la inequidad porque la mayoría de inversiones se van a los países desarrollados”, comentó Schum. También aludió a las consecuencias del capitalismo como sistema de producción masiva y constante, lo que obliga a consumir más recursos y, por tanto, puede generar mayor contaminación. La solución, según la experta, pasa por equilibrar el crecimiento con la eficiencia y conseguir incluir la circularidad en el sistema; es decir, si la tendencia actual es cambiar dispositivos como el teléfono personal cada dos o tres años, el cambio implica construir esos aparatos con materiales que luego podamos reciclar y volver a “incluirlos en el mercado”.
Rania Al-Mashat insistió en que es el momento para acelerar en las energías renovables y aprovechar la crisis como un catalizador para mejorar las colaboraciones entre África y Europa, de donde debe salir una gran atmósfera de inversión dirigida a respetar el medioambiente. El escenario de emisiones cero para el año 2050 sigue siendo un reto ambicioso pero, según los expertos, aún alcanzable. Para ello, es necesario aplicar herramientas urgentes, coherentes y que respondan a los retos de la seguridad energética y de la diversificación de consumo, para paliar los efectos adversos del cambio climático.
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