Martes, 22 de abril de 2025
A medida que España y Europa avanzan en materia de transición energética se materializan las ventajas de una economía descarbonizada, pero también se evidencia que se trata de un cambio sin vuelta atrás. Y es que los patrones de consumo y demanda se han visto modificados con el desarrollo de las energías renovables, algo que requiere de una red de distribución más eficiente y conectada entre los diferentes puntos del Viejo Continente.
Esta necesidad no es una noticia inesperada. Ya en 2012 se comenzó a hablar del tema cuando diferentes operadores del sistema eléctrico, consultoras y compañías industriales participaron en el estudio e-Highway 2050, con el objetivo de analizar la viabilidad de una red de transmisión paneuropea de alta capacidad. El resultado de sus simulaciones reveló que la infraestructura proyectada para 2030 sería insuficiente para los escenarios energéticos de 2050.
Aquella previsión se ha ido convirtiendo en realidad a medida que nos acercamos a las fechas que planteó el e-Highway 2050. Tanto es así que, recientemente, otra investigación, en este caso elaborada por el University College de Dublín, subraya la necesidad de una inversión más intensa en infraestructuras para solucionar los cuellos de botella en la red de interconexión y mejorar el almacenamiento energético. Según este estudio, esas mejoras podrían incluso reducir los costes del sistema en un 32%.
En consonancia con estos y otros informes, desde el Consejo de Europa se recomienda a la Comisión fomentar la creación de la conocida como superred energética europea: “Es necesario acometer una inversión sin precedentes en redes eléctricas para lograr un sistema interconectado, clave para la descarbonización, competitividad y seguridad del suministro”. El organismo insta a “evaluar las necesidades reales de inversión y explorar vías para aumentarlas” y solicita al Banco Europeo de Inversiones que “respalde la expansión y modernización de la red mediante iniciativas financieras”.
Esta superred permitiría la transmisión de grandes volúmenes de electricidad a largas distancias mediante tecnologías de alta tensión. Precisamente, uno de sus puntos fuertes sería el transporte de energía desde las regiones del norte de Europa, con abundante generación eólica e hidroeléctrica, hacia el sur, donde predomina la energía solar (también el camino inverso). Su gestión transfronteriza superaría las limitaciones del modelo tradicional. Como ejemplo a seguir, la UE mira al modelo escandinavo, caracterizado por tener una alta interconexión, bajas emisiones, mercados líquidos y un eficaz acoplamiento diario de precios.
A pesar de su potencial, existen desafíos que abordar para convertirla en realidad, principalmente porque a nivel regulatorio o de conectividad hay disparidades nacionales. Pese a todo, hay voluntad política. Hace casi un año, Tinne Van der Straeten, entonces ministra de Energía de Bélgica, defendió la ambición de la UE de “ser más ecológica, competitiva y resiliente en el sector energético”. Destacó la necesidad de “una superred europea para incorporar más renovables, apoyar la electrificación, estabilizar precios y mejorar la seguridad energética”. El Consejo de Europa, en consonancia, reiteró que se debe planificar la red eléctrica a escala continental, “coordinando planes nacionales” para establecer “una mayor conexión entre regiones”, según sus conclusiones del pasado 30 de mayo.
Por tanto, se puede decir que el futuro energético de Europa dependerá de la capacidad de adaptación y cooperación de sus Estados. Hasta ahora el avance de la transición es imparable, hasta el punto de que el mercado interno eléctrico europeo ha avanzado tanto en las dos últimas décadas, que las energías renovables se han duplicado desde 2004 hasta superar el 45% del total energético, tal y como recoge el Consejo de Europa (casi un 56%, en el caso de España, según Red Eléctrica). Con las mismas intenciones y planificación estratégica, la UE podría consolidar un sistema eléctrico moderno y resiliente, impulsando no solo la sostenibilidad, sino también su competitividad durante las próximas dos décadas.
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