Jueves, 27 de marzo de 2025
El funcionamiento del sonido y cómo lo interpreta nuestro organismo es sencillo y fascinante al mismo tiempo. Todo comienza cuando un objeto vibra y desplaza las moléculas del aire. Estas se comprimen y expanden generando ondas de presión. Cuando llegan a nuestro oído, esa energía mecánica se convierte en señales eléctricas. Si el proceso recorriera el camino inverso, se podría capturar la energía que provocan esos sonidos y utilizarla para alimentar dispositivos electrónicos.
Lo cierto es que hace tiempo que existen pruebas y proyectos que han puesto el foco en este proceso inverso. Por ejemplo, hace diez años, un estudiante chino del Instituto Europeo di Design (IED) en Madrid, llamado Xiaowan Wang, desarrolló un cargador para el móvil capaz de tomar la energía del sonido ambiental: "Las ondas sonoras están en todas partes: en el tráfico, en los aeropuertos, en las zonas en construcción. Habitualmente son consideradas como contaminación, aunque proporcionan una energía que solemos ignorar y perder", explicó en aquel momento.
Un par de años antes, los doctores surcoreanos Sang-Woo Kim y Young Jun Parque hicieron público en verano de 2013 otro proyecto donde los dispositivos móviles eran los protagonistas. En este caso, la premisa de la investigación era la posibilidad de capturar las ondas sonoras que se generan durante una conversación telefónica. Sin embargo, más de una década después, las pesquisas no han tenido una aplicación comercial.
Años antes, otro diseñador industrial, Hung-Uei Jou, presentó su Green Noise, un dispositivo que prometía convertir el ruido del transporte en energía. La noticia tuvo cierta repercusión hace más de una década, p ero ¿cómo funcionaba? Según explicó el inventor asiático, el aparato se colocaría en el suelo de las pistas de aterrizaje de los aeropuertos o en las carreteras con mayor flujo de tráfico para absorber el sonido de aviones y vehículos terrestres, aunque la energía generada realmente solo daría para la propia iluminación de esas infraestructuras.
Más recientemente, desde Japón, la compañía Sony presentó hace dos años un dispositivo de recolección de energía que “la genera eficientemente a partir del ruido de ondas electromagnéticas”. Según los investigadores nipones, el objetivo de este proyecto es “ayudar a resolver los problemas de suministro de energía derivados de la popularización y sofisticación de los dispositivos IoT”. Lo han logrado utilizando tecnología derivada de sus procesos de diseño de sintonizadores. El módulo “cosecha” el ruido generado en fábricas, oficinas, tiendas y hogares para alimentar dispositivos de bajo consumo, recargar baterías o incluso detectar el estado interno de los equipos mediante variaciones en el voltaje.
¿Por qué el sonido no participa en la transición energética?
Las ventajas que proporcionaría el aprovechamiento de estas tecnologías a gran escala son obvias y pasan por convertir algo molesto en algo útil. El ruido de las ciudades e industrias podría generar una energía no solo limpia y renovable, sino casi inagotable. Sin embargo, pese a ser conceptualmente viable, existen importantes desafíos que todavía dificultan su implementación.
El primero de ellos está relacionado con la cantidad de energía que produce el ruido. Esto sucede porque las ondas sonoras transportan relativamente poca energía en comparación, por ejemplo, con el viento y el sol. Sería necesario, por lo tanto, aumentar significativamente la eficiencia de la conversión (además de encontrar métodos de almacenaje para esa energía).
¿Dónde está el problema? Principalmente en dos puntos: la necesidad de unos materiales que permitan una optimización de los circuitos electrónicos y la integración de estos sensores en las estructuras urbanas e industriales. Es lógico pensar que estos aparatos deben ser capaces de convertir señales de baja intensidad de forma óptima y, además, tendrían que ser muy resistentes para operar en condiciones muy adversas.
Pero hay más obstáculos. Al margen de los prototipos e investigaciones que demuestra que el ruido se puede transformar en energía, escalar esta tecnología a un mercado masivo implicaría retos económicos de calado. Por el momento, la inversión necesaria en infraestructura, mantenimiento, conectividad e integración con la red eléctrica hacen que sean inviables.
Finalmente, su implantación demandaría una revisión de toda la normativa vigente en materia de emisiones sonoras, así como de la correspondiente regulación en materia de aprovechamiento energético. Esto requeriría de una estrecha colaboración entre Administraciones y sectores, algo que no siempre sucede. Si bien los beneficios serían numerosos, al menos por el momento, la transición energética camina en otra dirección.
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