Martes, 28 de marzo de 2023
Es la primavera. Es el comienzo de los almendros en flor. El pasajero del tren de alta velocidad contempla el paisaje. Ve pasar catenarias, montañas, pueblos, campos en una sucesión continua que desdibuja sus formas. También mira las palas de los aerogeneradores rotar y el brillo de la luz sobre decenas de paneles solares. Pero en unos tiempos donde se habla tanto sobre los efectos en la sociedad de la computación cuántica, la inteligencia artificial o las tecnologías avanzadas olvidamos que el año pasado —acorde con los datos del banco Citi— 1.000 millones de personas padecieron al menos un día hambre o se quedaron sin alimentos. Es un problema trascendente, pero tiene respuesta. La FAO (Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura) estima que hallar una solución a la escasez alimentaria aportaría 10,5 billones de dólares anuales a la riqueza de la Tierra.
Regresemos al pasajero que mira por la ventanilla. Quizá la velocidad le ocultó que una gran parte de la solución ha pasado delante de su mirada. Está ahí. Aunque, ahora, no pueda tocarla. Son dos. Los aerogeneradores, esos molinos de tramontana contemporáneos, y los campos de brillo dorado de los paneles solares.
Como todo lo que existe, tiene un nombre, disonante, quizá: agricultura agrovoltaica. Tras una nomenclatura encadenada, un concepto sencillo. Cultivar debajo de paneles solares. Algunos alimentos crecen muy bien bajo su luz y su sombra. Es compatibilizar el uso de la tierra. De esta manera se puede alimentar a una población mundial que no para de crecer. “En 2050 vivirán más de 9.600 millones de personas en el planeta. Por lo tanto harán faltan en los próximos 50 años más alimentos que en los últimos 10.000. Pero sólo el 10% de la tierra es útil para producir esos alimentos”, estima Gillian Diesen, especialista de fondos temáticos de la gestora Pictet AM. Sin embargo, al mismo tiempo esta nueva forma de cultivar proporciona energía sostenible. Dos problemas que podrían solucionarse con idéntica tecnología. A veces, los paneles solares se instalan a una altura con respecto al suelo que permite que las plantas crezcan debajo. Otra opción en colocarlos en los techos de los invernaderos. Debido a la sombra que generan, se puede reducir la evaporación de las superficies próximas. Y según el cultivo que se escoja haría menos falta de agua para el riego.
“La clave radica en situar los paneles en las zonas menos productivas de los terrenos”, observa Juan Luis Ramos, experto de la estación experimental del Zadín (Granada), que depende del Centro Superior de Investigaciones Científicas (CSIC). Ese es el camino que vamos transitando. El 90% de los paneles —precisa Juan Almansa, coordinador general de la Asociación Agraria de Jóvenes Agricultores, ASAJA— se están ubicando en terrenos de baja calidad. Pero cada vez más, las energías renovables son un aliado de las tierras de labor. Almansa pone el ejemplo de los purines (estiércol), antes inservibles, y ahora se utilizan con el propósito de generar biocombustibles. Nadie piensa ya en emplear, por ejemplo, el maíz pero sí sus “rastrojos, el tallo, las partes que no se utilizan para la alimentación humana”, concreta Ramos. Además los pozos extraen el agua a partir de fuentes renovables y no, como antaño, con motores diésel.
Regresemos a los paneles y su reflejo. ¿En qué fase está de desarrollo? Los expertos de la Universidad Nacional de Chonnam (Corea del Sur) han lanzado un estudio pionero. Plantaron brócoli debajo de los paneles solares. Y han comprobado que el sabor resulta idéntico y también sus propiedades nutricionales. Los paneles se elevaron entre dos y tres metros y se giraron en un ángulo de 30º para proporcionar agua y sombra a los cultivos.
Otras propuestas resultan igual de fascinantes. Viajamos. África. Kenia. La idea es dejar un espacio entre las diferentes placas y cultivar ahí. La iniciativa, que cuenta con el apoyo de expertos locales y también el asesoramiento de la Universidad de Nueva York, si encuentra la luz puede ser transformadora. El 55% de la población de África del Este todavía no tiene acceso a electricidad segura y son muy conocidos los problemas de alimentación del continente. Una vez más las sombras de los paneles protegen a los cultivos de la sequía y de la pérdida de agua. Más cerca, en Francia, en la región de Haute-Saône, se han distribuido 5.500 paneles en una finca de la comuna de Amance y bajo su sombra se cosechan ya habas de soja. Además, acorde con el Foro Económico Mundial, la agricultura sobre invernadero produce diez veces más alimentos, que en campo abierto, pero requiere, también, diez veces más de energía. Aquí es donde arraiga el brillo solar y el viento sopla para responder, de forma sostenible, a esa demanda.
Esta simbiosis entre energías renovables y agricultura es una revolución. El Instituto Internacional de Investigación sobre Políticas Alimentarias (International Food Policy Research Institute, por sus siglas en inglés) sostiene que es posible aumentar el rendimiento de las cosechas mundiales un 67% para 2050 y reducir la emisión de dióxido de carbono el 50% y el uso de fertilizantes y pesticidas en un 20%. Las empresas energéticas no son ajenas a este fenómeno.
El sol ya no deslumbra ni fundirá las alas de Ícaro. “Las energías renovables aumentan la rentabilidad y la eficiencia de la actividad agrícola y ganadera”, subraya Roberto Scholtes, jefe de Estrategia de Singular Bank. “Las instalaciones eólicas y solares son compatibles con la mayoría de las explotaciones y suelen ocupar los terrenos menos productivos. Sin olvidar la electrificación de la maquinaria agrícola”.
También ha cambiado la semántica de los viejos surcos. Aparece la agricultura de precisión. Los sistemas guiados por GPS (pueden controlar la mortalidad y el crecimiento de las plantas e informar en tiempo real del estado de los cultivos) podrían ahorrar a una granja de media hectárea unos 11 euros en costes variables, como la energía o los fertilizantes, al día. Si solo el 10% de los agricultores estadounidenses utilizaran esta guía en la plantación de semillas —calcula Gillian Diesen— ahorrarían 60 millones de litros de combustible al año. Y a su lado, la agricultura regenerativa. “Facilita a los agricultores mejorar el rendimiento de los cultivos y convertir tierras agrícolas y pastizales en sumideros de carbono, revertir pérdidas de bosques y optimizar el uso de fertilizantes a base de nitrógeno”, desgrana Gabriel Micheli, gestor de Pictet ReGeneration. Este injerto entre tecnología y energías renovables es la semilla del futuro y de la esencial seguridad alimentaria. “La guerra en Ucrania ha desembocado en un mayor uso de los abonos orgánicos, compost principalmente, en los campos españoles, donde el precio, aunque ha aumentado por el costes del transporte, no fue tan elevado como el vivido en los minerales”, reflexiona David Canales, director nacional de Safetykleen International, una multinacional de aplicación de productos químicos, entre ellos para la agricultura.
El tren no se detiene. El pasajero puede leer en un led rojo que supera los 250 kilómetros por hora. A lo lejos, sobre las crestas de las montañas, una sucesión de aerogeneradores. En Italia, un país con una agricultura similar a la española, las turbinas solo ocupan el 2% de la superficie total del parque eólico. El 98% queda libre para el cultivo.
Campos verdes, turbinas girando y paneles solares que brillan se funden, a través de la ventana, en el iris del viajero. Quizá lo ignora, pero contempla el futuro.
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