Martes, 6 de junio de 2023
Sor Covadonga lo vio venir: “Esta chica promete”. Aquella niña que se hacía unos siete kilómetros caminando desde su casa en Corollos (en la comarca de Cudillero) hasta la estación de Artedo para ir a un colegio de monjas en Los Cabos (municipio de Pravia) acabaría siendo la primera presidenta de la historia del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC). Así, Rosa Menéndez, la chica estudiosa que consiguió, a base de becas, matricularse en la facultad de Químicas de la capital asturiana y hacerse una carrera como investigadora, no dudó ni un segundo en decir que sí a la propuesta que le llegó para ponerse al frente del organismo científico más importante del país. Un claro ejemplo de lo que hoy conocemos como un ejemplo inspirador de mujer STEM.
“Siempre me moví por el sentimiento de ser útil. Quería que lo que hiciese siempre sirviese para algo y que tuviera repercusión”, confiesa. Y la tuvo, sin duda: en los 78 años de historia de la institución era la primera vez que la figura de una mujer compartiría un espacio reservado, hasta entonces, solo a hombres. Imagen que estuvo viendo a diario entre 2017 y 2022, periodo en el que llevó las riendas de la ciencia española junto a su equipo, al que describe como un dream team a nivel profesional y humano.
Siendo honesta, reconoce que entonces ni cayó en la cuenta de lo que suponía ser la primera mujer en ese cargo. Siempre tuvo como ejemplo a sus abuelos, a sus padres y, sobre todo, a las mujeres de su familia. “Ver lo luchadoras que eran me marcó en el sentido positivo de cómo enfrentarme a la vida”, se sincera. Esos años al frente, más allá de las numerosas entrevistas en medios de comunicación, cree que sirvieron para que su ejemplo “abriera brecha”. Así se lo expresaron muchas científicas del CSIC, según recuerda: “Si tú has dado el paso, nosotras también podemos”.
La energía y el grafeno para un mundo mejor
Menéndez ha tenido una carrera investigadora dedicada al ámbito de la energía y los materiales (recuerda con especial cariño la línea de investigación de materiales compuestos carbono-carbono que comenzó en 1991), ámbitos tradicionalmente “muy masculinizados” en los que ella era una de las apenas “dos o tres mujeres” que podían conformar comisiones en Europa con una amplia mayoría de hombres.
Hace un año, por esta época, concluyó su etapa al frente de la institución y aún se sorprende respecto de su caso: “Lo extraño es que no hubiera habido antes alguna otra mujer que presidiera la institución”. Su relevo lo cogió otra científica, Eloísa del Pino Matute. Y Menéndez volvió a su Asturias natal para seguir con sus investigaciones sobre el material que promete poner el mundo patas arriba: el grafeno.
Fue en 2004 cuando a raíz del descubrimiento de dos investigadores de la Universidad de Manchester, Andre Geim y Konstantin Novoselov, consiguieron demostrar las “excepcionales” propiedades de este material (y que les valió el Premio Nobel de Física de 2010). Hasta entonces, el resto de los científicos dedicados a trabajar en este ámbito ya lo conocían, si bien pensaban que era “inestable”. Sin embargo, el éxito en los ensayos demostró que sus propiedades (ligereza, resistencia, conductividad o biocompatibilidad, entre otras), en el plano teórico, “superan a las de cualquier material que pueda existir ahora en el mercado”.
El potencial del grafeno, de momento, no tiene horizontes: sirve para aplicaciones médicas; medioambientales (en sistemas de detección y eliminación de contaminantes en aire o agua) e incluso en el desarrollo de soluciones relacionadas con el almacenamiento de datos o memorias. Pero sin duda, y donde se detiene la profesora de Investigación del CSIC en el actual Instituto de Ciencia y Tecnología del Carbono ubicado en el Principado, es en sus aplicaciones en el campo de la energía.
Menéndez pone como ejemplo la instalación de baterías de flujo redox fabricadas con grafeno (que actualmente están en fase de implantación) en los aerogeneradores, lo que permitiría almacenar esa energía “a gran escala” y aprovecharla en usos con gran impacto social, como “facilitar el acceso al suministro energético en aldeas y pueblos alejados”.
Su camino con el grafeno se lo debe, en parte, a su compañero Avelino Corma, del Instituto de Tecnología Química del CSIC en Valencia. En 2010 le contactó para preparar junto a otros científicos de la institución y otras universidades un proyecto Consolider (un proyecto con financiación a cinco años para proyectos de excelencia) para el diseño de materiales con capacidades de reconocimiento molecular con fines industriales, entre otros usos.
El valor de la ciencia española
“Al final, lo que queda es eso: lo importante son las personas”, reflexiona en una sala ahora vacía de la residencia de estudiantes del CSIC, en Madrid, donde pasó unos días viendo también a amigos y colegas. Una red de científicos españoles que Menéndez considera que “goza de muy buena salud a nivel de capacidades de excelencia y calidad en campos muy diversos”, unos profesionales muy reconocidos internacionalmente. Lo ha reiterado en muchas ocasiones, sobre todo durante su etapa como presidenta: “El desarrollo tecnológico del país se basa fundamentalmente en el desarrollo científico”.
Por eso el desarrollo de energías como el hidrógeno verde –“que es el futuro”, señala–, es fundamental. La profesora tiene claro que será la tecnología que sustituya a los combustibles fósiles en el mix energético junto a las renovables, “que están afortunadamente adquiriendo cada vez mayor peso”. Además, incide en la importancia de aprovechar las innovaciones que surjan respecto al almacenamiento energético “para cuando haya esos picos de demanda”.
Yendo más allá, Menéndez deja caer que “el futuro” será la energía de fusión, esa “gran esperanza” a la que le queda, aún, “un largo recorrido de investigación”. Hasta que llegue ese día, su laboratorio le espera en Oviedo, ciudad en la que, desde hace varias semanas, se puede pasear por la calle Rosa Menéndez.
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