Jueves, 16 de noviembre de 2023
La pirámide demográfica del planeta se tambalea. A finales de 2022, el censo de población que habita la Tierra superó los 8.000 millones de personas, el doble que en 1975. Sin embargo, y a pesar de su extraordinario dinamismo, el descenso en las tasas de natalidad y las cada vez más frecuentes oscilaciones en los índices de envejecimiento —sobre todo, en las naciones de rentas altas—, podría revertir su escalada y restar 1.000 millones a la Aldea Global a finales de siglo.
Estas alteraciones en las tasas poblacionales podrían parecer fenómenos paranormales, pero se sustentan en datos reales que, según los expertos, dejarán efectos colaterales en la economía, con retrocesos productivos, déficits de riqueza y reparto desigual de los ingresos. Aunque, en sentido contrario, facilitarían el tránsito hacia las emisiones netas cero de CO2.
Las ciudades son un buen termómetro para apreciar este cambio demográfico que se producirá en el próximo salto de siglo y que sus autoridades, entretanto, están obligadas a revertir, dentro de sus competencias, para combatir el cambio climático. La mayor de las urgencias planetarias reclama a las urbes economías sostenibles en 2050 con exigentes metas volantes de recorte de gases de efecto invernadero en 2030 y 2040. Aun con variables mutantes como las de sus censos residenciales. Toda una cuadratura del círculo.
Ante esta tesitura, las capitales se afanan en convertirse en smart cities y adecuar sus agendas inteligentes a las demandas de sus conciudadanos, con redes de servicios e infraestructuras que respeten el medio ambiente y una administración eficiente de sus necesidades habitacionales o de ocio. De ahí su proyección como laboratorios sostenibles, surgida de una triple e ineludible responsabilidad: la de ser emisoras del 60% del CO2 actual; albergar, en el ecuador del siglo, al 70% de los 10.000 millones de personas que habitarán el planeta, y disponer para entonces del 90% del PIB global.
Esta tensión residencial será, incluso, más acuciante en las mega urbes, las que sobrepasan los 10 millones de convecinos, donde la presencia humana se ampliará un 35% en 2050.
Por todo ello, la conexión demografía-reciclaje está iluminando las nuevas rutas verdes urbanas. El think tank Joint Research Centre (JRC) insufla optimismo a sus revisiones estratégicas e insiste en que los desafíos demográficos y climáticos “son convergentes” y descubren negocios de alta rentabilidad en energías renovables, infraestructuras, reciclaje y servicios esenciales como agua o electricidad.
“La profusión de las ciudades inteligentes es un fenómeno mundial” que se sustenta en las TIC, las tecnologías de la información, desde las que han creado, en un tiempo meteórico por la IA, la computación en nube y la analítica avanzada del big data, proyectos verdes a escala y mejoras en los estándares de vida con iniciativas de modernización urbanística sin precedentes.
Nunca los urbanitas han estado tanto y tan bien conectados con sus smartphones y sus flujos de datos a ofertas de bienes y servicios, ni sus responsables políticos tan vinculados a los beneficios de la tecnología para empatizar con empresas en la planificación municipal o en los desarrollos de redes e infraestructuras diseñados para modernizar su economía urbana circular y borrar sus huellas de carbono.
Pero, en este contexto, ¿cómo se pueden instalar sistemas de reciclaje eficientes con el medio ambiente y suficientes para albergar un amplio censo de residentes?
La innovación
La IA y el big data son lar armas de reutilización de materiales y captación de fuentes naturales finitas que deben poner en liza para reducir sus niveles de polución, enfatizan en JRC. De igual modo, la digitalización es la baza estratégica para modernizar las cadenas de valor empresariales que deben impulsar negocios inteligentes, con tecnología avanzada y sellos sostenibles. Muy en especial, en el sector de los residuos de varios usos, dirigido a regenerar materiales.
Así lo dictamina la Comisión Europea en su acervo de directivas medioambientales, que pone la innovación al servicio de la causa ecológica, del beneficio social y del negocio del reciclaje y que lo justifica con una realidad tozuda, el mercado interior genera 2.200 millones de toneladas al año de residuos, que exige medidas de reciclaje extraordinarias. De ahí la urgencia de configurar modelos de economía circular eficientes que impidan disrupciones en las cadenas de valor y no perjudiquen la biodiversidad. Europa necesita reducir el 3,3% de huella de carbono que deja su actual gestión de residuos y paquetizar los 180 kilos de desperdicios que cada europeo produce al año.
Otro asunto candente será la administración del agua: “las ciudades continuarán creciendo y su demanda hídrica residencial e industrial tendrá que planificarse, no a 5 o 10 años, sino a medio siglo”, avisa Enrique Vivoni, investigador de la Universidad Arizona State. Sobre todo, en materia de reciclaje, añade Dragan Savic, CEO del KWR Water Research Institute, antes de advertir que la mayoría de las urbes “aún disponen de sistemas de un solo uso”. El reto en este terreno “es mayúsculo si deseamos seguir utilizando agua en baños o para del grifo”.
La buena noticia es que el 75% del agua doméstica puede ser reutilizada en labores agrícolas o industriales, de mantenimiento de jardines o depuración de piscinas.
Pero “necesitamos construir las ciudades del futuro ahora”, destaca Savic. A lo que Jon Glasco, de Bee Smart City, red global de soluciones urbanas, agrega el propósito de “acabar con nuestros modelos económicos lineales, que no son sostenibles, en beneficio de alternativas circulares”. No es una opción, “sino la única vía posible” y, de momento, únicamente el 9% opera con ellas, alerta el experto de este lobby circular.
Entre otras razones, porque el consumo humano actual, con un concepto primigenio de recursos ilimitados “es falso” aducen en McKinsey, donde recuerdan que “los humanos empleamos 1,7 veces los bienes que nos ofrece la Tierra” y que, en Europa, quizás el espacio con más rating de circularidad se recicla el 40% y se captura el 5% del valor original de sus desperdicios. Pese a que su economía lineal exige 300 toneladas de residuos per cápita, con un impacto medioambiental de entre el 6% y el 20% del CO2 que se emite en el planeta, en función de si son gases directos o derivados de plantas productivas secundarias, matiza Arup and Stopwaste.
En McKinsey aconsejan “financiaciones estables” para esta transición circular que, en el caso de Europa, reportaría adicionalmente a sus socios, cada año, “1,8 billones de euros a su PIB desde 2030”, mientras Emma Berntman, de Hermes EOS, recomienda que se reactiven las inversiones ESG y “visiones de reingeniería en las carteras de capital enfocadas a tecnologías punta”.
Jeni Odley, de Acer, también cree que los planes de actuación urbanística deben centrarse en la IA “si desean alcanzar máxima eficacia energética y crear redes de transporte capaces de alinear la demografía con el acondicionamiento de residuos de forma interactiva, constante y en tiempo real”.
En línea con el augurio de la Alianza de Smart Cities del G-20 de que “no habrá descarbonización sin tecnología” y la ambiciosa meta de la UE de reutilizar el 65% de sus desperdicios a finales de 2025 y el 70% en 2030 con métodos de reciclaje insertos en una economía circular que siga la consigna de las 3 R’s del Objetivo de Desarrollo Sostenible 12 de la ONU: reducción, reutilización y reciclaje.
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