Jueves, 8 de septiembre de 2022
La tecnología es una promesa de cambio, y el metaverso es una de las que más se escuchan en los últimos meses. Es fácil oírla en infinidad de sectores. Incluso transformada a cada realidad. Los fabricantes de automóviles ya están invirtiendo en el concepto metamovilidad. La idea es crear elementos físicos interconectados con elementos virtuales que cambien la forma en la que entendemos la movilidad e incluso cómo se fabrican los medios de transporte.
Pero el metaverso no es una revolución. Ha estado presente durante años en la industria. Muchos se acordarán de Second Life. Un espacio virtual donde tu avatar podía interactuar con otras personas en entornos virtuales. Nos encontramos en 2003. Por entonces no existía la famosa ‘nube’. Llegaría entre 2006 y 2007. Y el buscador Google era una herramienta que apenas se asemeja a lo que conocemos actualmente. Durante ese 2003 se contabilizaron 55.000 millones de búsquedas. Hoy esa cifra llega en una semana. E infinidad de juegos —como el exitoso Fornite— explotan una tecnología similar. Existe una sucesión de avatares que el jugador (previo pago) es capaz de personalizar. Sin duda, gran parte de la tecnología ya está ‘aquí’. El Zooming —tan utilizado desde la pandemia— no deja de ser metaverso. ¿Quién no ha asistido a una reunión virtual? El gran cambio quizá reside en las aplicaciones futuras que tiene en un mundo tan disruptivo y desafiante como el que propone este comienzo de siglo.
El potencial real del metaverso aún está por concretar. Sabemos que tiene una gran repercusión para las relaciones entre empresas. Reuniones virtuales (Microsoft quiere sumar las capacidades de Teams con el espacio digital), presentaciones de productos, venta de artículos. Cualquier actividad que uno pudiera imaginar en el espacio físico cuenta con su posible réplica en este entorno intangible.
Todo esto pasa de la ficción a la ciencia gracias al crecimiento exponencial de la tecnología. El futuro ya no es ni siquiera hoy; es ahora. El metaverso expande unas enormes posibilidades. Desde la compra, hemos visto, sin la presencia física, de bienes, a la enseñanza de incontables disciplinas. Las tiendas y los pupitres se vuelven virtuales. También es un instrumento contra la inequidad. Porque se puede, por ejemplo, acceder a la enseñanza superior a menor precio (la formación digital suele tener un coste inferior frente a la presencial) y adquirir, incluso, bienes de lujo, que aun manteniendo su principio de exclusividad, reducen su valor porque no serían necesarios una tienda física o dependientes. Consumo y formación. ¿Y qué sucederá en la energía?
El metaverso en la energía
El ahorro energético respalda al metaverso. Pensemos, por ejemplo, en un parque de aerogeneradores y el rítmico movimiento de sus palas con el viento. Aprender a dirigir una planta de generación eólica reviste su complejidad. Esta tecnología puede ser ese encerado virtual. Resulta capaz de simular toda clase de situaciones en las que podría verse envuelto tanto el parque como el operario. Abrir una hoja de ruta para que los trabajadores sepan de qué forma manejar las turbinas. La simulación reproduce la sensación de estar en espacios altos y oclusivos. Y cualquier fallo en el aprendizaje carece de consecuencias reales. El ahorro de tiempo, coste y riesgo resulta evidente. Desde luego, no existe un metaverso único y ‘cerrado’. Es una prueba continua. Imaginemos, por un instante, el transporte.
Una carretera que conduce al principio de nuestra narrativa: la metamovilidad. Sus tecnologías cambiarán el sistema de transporte que hoy conocemos. Viajarán desde el coche autónomo hasta el control remoto de robots en fábricas inteligentes. El ser humano habrá logrado construir un puente entre el mundo físico y la nueva realidad digital. Aunque parece lejano, sin embargo, en ese instante, el espacio, el tiempo y las distancias se volverán intrascendentes. Quizá sea correr demasiado. Quizá habría que empezar más despacio. Por una pregunta. ¿Cómo puede ayudar esta visionaria tecnología al ahorro energético en el transporte? Sentémonos en la conducción automática. Los vehículos se pueden ‘entrenar’ en el metaverso para que sus desplazamientos resulten precisos, sepan escoger las mejores rutas y aumente la seguridad de los trayectos. La base es la enorme capacidad que posee de analizar ingentes volúmenes de datos. Idéntico razonamiento impulsa a las flotas de vehículos, la gestión del tráfico o todo el ecosistema de la economía colaborativa, como los coches compartidos. Es una regla de proporciones, cuánto mejor ‘entrenados’ estén menos gases de efecto invernadero emitirán.
La tecnología tantea sus posibilidades. Todavía estamos lejos de la propuesta de los creadores de este espacio, que abarca desde el trabajo al ocio. Por ejemplo, diseñar un lugar virtual (a partir de gafas de realidad aumentada) donde los usuarios puedan efectuar casi cualquier actividad. Ir al cine, trabajar, practicar deportes, disfrutar de conciertos, conducir. Hablamos de llevar el gasto al cero en los desplazamientos. O sea, reemplazar la movilidad física por la virtual a través de aplicaciones con un realismo que ahora quizá no resulta muy fiel pero que mejorará su calidad. Hasta que ambas ‘realidades’ sean difíciles de distinguir. Desde la mirada de los números, el banco de inversión JP Morgan prevé la posibilidad de generar un billón de dólares en ingresos al año sumando todos los sectores de actividad económica.
Este nuevo horizonte habría sido una quimera sin los avances de la realidad virtual, la inteligencia artificial, el Internet de las Cosas, el 5G o la blockchain. Otro espacio donde el metaverso podría propiciar un diálogo intenso es en la generación distribuida. Predecirá cómo será el flujo de energía en nuestros hogares. Y cuando, junto con los panales solares, tengamos un ecosistema de dispositivos que permitan interactuar con la red eléctrica, será una ayuda en la gestión del coste energético, al optimizar el suministro y ajustar la generación.
Los ‘gemelos virtuales’ y la descarbonización de las tecnológicas
El ecosistema está planteado. ¿Qué más aplicaciones conlleva en términos energéticos? El metaverso —hemos visto— no es una fuente de generación de energía sino de ahorro. Ese es su gran centro de gravedad.
De nuevo preguntas. Si queremos cumplir todas esas ‘promesas’, la capacidad computacional necesaria para construir este entorno virtual resulta enorme. También su consumo energético. La lógica nos conduce hacia un mundo más eficiente. Para que todo este ahorro sea sostenible, la energía que abastece a estas grandes computadoras y estos inmensos centros de datos también debe ser verde. Hay que descarbonizarlos.
Las grandes tecnológicas han aceptado el reto. Han comunicado sus planes con el fin de alcanzar las emisiones netas cero. Amazon ha fijado esa fecha en 2040. Aunque cinco años antes de lo previsto, en 2025, toda la energía que utilice la compañía procederá de fuentes renovables. Otro gigante, Google, llegará a esas emisiones en 2030. Y Meta (antiguo Facebook) plantea la misma fecha que el buscador. Porque hay actividades energéticamente muy costosas. Solo el 25% de la energía que se utiliza para ‘minar’ bitcoins procede de fuentes renovables.
Es la búsqueda de un punto de encuentro. La convergencia de la inteligencia artificial, la realidad aumentada, el internet de las cosas y los datos generados por satélite en el metaverso suman una promesa que trae consigo el auge de los gemelos virtuales. Se trata de la representación digital de un objeto o sistema físico que se actualiza a partir de datos en tiempo real. Las representaciones virtuales de procesos y artículos del mundo tangible pueden contribuir a la sostenibilidad del planeta. Desde las cadenas de suministro a la fabricación de piezas. Pero tal vez donde estos gemelos (su mercado crecerá hasta los 82.300 millones de euros en 2025) tengan mayor influencia en términos de sostenibilidad sea en las ciudades, que son responsables del 70% de las emisiones de CO2. Acorde con la consultora EY, el empleo de esta tecnología puede reducir un 50% las emisiones, aumentar la eficiencia en las operaciones el 35% e incrementar la productividad del empleado un 20%.
Y no hay que olvidar los tiempos que atravesamos. La complicada situación geopolítica del planeta puede producir dos movimientos: acelerar aún más el cambio verde o dificultar su implantación. Aunque la necesidad de la transformación ni siquiera resulta cuestionable. La diferencia estará en la velocidad. Todavía es pronto para saber cómo se reordena un mundo que está ralentizando —cuando no revertiendo— su globalización. El retorno de las cadenas de suministro, o, al menos, su mayor cercanía a las naciones productoras, es una lógica que se impone. La seguridad energética es un término que se recupera, después de cierto, e injusto, olvido. Nadie quiere depender de una nación o naciones a miles de kilómetros de distancia de sus mercados, y que vive dentro de una inestabilidad, en muchos casos, ajena a las reglas básicas de la convivencia entre países.
La movilidad virtual, basada en tecnologías de metaverso, aporta un gran potencial para reducir las emisiones de gases de efecto invernadero. Sin embargo, hay que tener en cuenta todos los recursos energéticos. Un enfoque tecnológico estrecho, que no cuente con ellos en este espacio de transición, conducirá al fracaso y la decepción. El ser humano necesita tiempo y opciones para cambiar un modelo industrial que lleva regulando el mundo más de un siglo y medio. Estamos andando el camino verde. El metaverso es un paso.
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