Viernes, 10 de noviembre de 2023
Cada vez que se crea una nueva vía de transporte, surge una pregunta clave: ¿cómo se va a responder a la fragmentación que supone en el espacio para las personas que viven a un lado y a otro del territorio? Aunque hay voces críticas sobre el impacto que tienen a nivel de ruido o de destrucción de la cohesión territorial y social de estas infraestructuras, se trabaja en soluciones como enterramientos o pasos elevados que palien el problema. Pero si los humanos tienen puentes y otras herramientas, ¿qué ocurre con los animales que también viven a un lado y a otro del espacio que ahora ha cruzado una autopista o una vía de alta velocidad?
Para ellos, existen los pasos de fauna. Fueron los Países Bajos los pioneros en crear estas soluciones, como cuenta en 'Asilvestrados' (Capitán Swing) Isabella Tree. «Los Países Bajos habían tomado la delantera con la construcción de puentes verdes, con más de sesenta y dos «ecoductos» construidos desde 1988», apunta Tree en su libro.
Estos puentes verdes no estaban pensados para los humanos, sino para la propia naturaleza. Eran la manera de darle a la fauna herramientas para seguir circulando por el territorio sin exponerse a los peligros del tráfico rodado. El primero de los ecoductos holandeses se plantó con árboles y había conseguido en seis años ser la vía que muchas especies usaban para circular de un lado a otro. En otro, señala Tree, hay hasta «una serie de charcas y rampas de acceso para anfibios».
«El paso es la medida que hay que aplicar en cada infraestructura para minimizar el impacto», explica Luis Suárez, coordinador de Conservación de WWF España. En España existen, como apunta Suárez, pasos subterráneos, que deben respetar unas medidas mínimas y ciertas condiciones para permitir que los animales puedan usarlos sin problemas, y los que son como puentes para la naturaleza, justamente los que se conocen como ecoductos.
Los ecoductos no son como los pasos que se crean para los peatones, sino que se integran en la naturaleza. Lo interesante es que estas propuestas sirven para que los animales puedan continuar desplazándose, pero también tiene un efecto directo a la hora de neutralizar algunos de los riesgos a los que se exponen. Tree recuerda cómo en Suecia se usan los ecoductos para reducir los accidentes de tráfico que causan alces y corzos —que gracias a estas infraestructuras no cruzan la calzada y no se adentran así entre los coches—, pero también se pueden encontrar ejemplos más cercanos geográficamente. Por ejemplo, han tenido un papel en la prevención de los accidentes que afectaban a los linces, una especie protegida en España.
Como reconoce Suárez, en los lugares en los que hay «especies destacadas», esas que los medios y las organizaciones conservacionistas acabamos siempre teniendo más presentes, estos pasos han tenido una trayectoria más asentada. Ocurre en el Cantábrico con los osos o en Doñana, donde todavía se pueden hacer muchas más cosas para proteger a los animales pero donde los pasos de fauna han logrado ya buenos datos de éxito, como en el caso del lince. «Doñana es un buen ejemplo», apunta el experto, porque se detectaron los «puntos negros» y se diseñaron soluciones para evitar que las carreteras segaran la vida de la fauna de este entorno protegido.
De hecho, son datos como esos los que confirman su potencial. Como señala Suárez, «si están bien diseñados» pueden ser útiles para lograr reducir ese impacto en el entorno y preservar la fauna de las zonas en las que impactan esas vías de transporte.
Pero ¿cómo hacerlos entonces para que realmente resulten funcionales para las especies y que ayuden a reducir ese impacto del transporte? De entrada, habría que preguntarse por las propias vías. En un país en el que ya existe una densa infraestructura viaria, Suárez apunta como primer paso el «pensar muy bien si es necesaria si vamos a hacer una infraestructura nueva».
Si se da el paso a la construcción (o si se recuerda que la red viaria española está formada no solo por nuevas vías, sino también por otras mucho más antiguas desarrolladas en épocas en las que esto no se tenía en cuenta), no vale simplemente con crear ecoductos o pasos subterráneos para los animales. Con plantar un puente en algún punto kilométrico no es suficiente. Es necesario comprender qué especies viven en esa zona, cuáles son sus necesidades y, sobre todo, cuáles han sido sus tradicionales espacios de paso. No es una información difícil de obtener, como apunta el experto, y permite tomar las mejores decisiones, «en función del tipo de especies ver qué diseño se ajusta mejor al trazado». Igualmente, sumar otras medidas disuasorias, como vallados, que lleven a la fauna de un modo en cierto grado orgánico hasta esos puntos de cruce puede ayudar a que los utilicen.
Y, por supuesto, es también crucial, a pesar de todo esto, que cuando se está conduciendo y se ven señales que advierten de la posibilidad de que entren animales salvajes en la calzada se tengan en cuenta. No deberíamos, recuerda el experto, infravalorarlas. No solo ayudan a reducir el peligro para quienes conducen, también lo hacen para las especies de animales que pueden invadir esa calzada.
Más autopistas para los animales
España es el país que aporta más parte de su territorio a la Red Natura 2000 europea. El 27% del territorio español forma parte de la red. Y, sin embargo, sus habitantes animales se enfrentan a serios problemas. Se ha registrado una caída del 50% en los mamíferos salvajes que viven allí y esos espacios naturales se exponen a una cada vez mayor fragmentación, como apuntaba ya hace un par de años el informe 'Animales Salvajes', de WWF.
Las especies se han ido aislando cada vez más en sus territorios, espacios que están cada vez más cercados por las redes de transporte o la agricultura y que se ven también amenazados por los efectos del cambio climático. Con ello, no solo está en peligro la biodiversidad de cada una de esas zonas, sino que además los animales se enfrentan a una mayor necesidad de movilidad. Pero, para los habitantes animales de esos espacios repartidos por el territorio, viajar de uno a otro no es nada sencillo. En algunas zonas, apunta Suárez, existen «cuellos de botella», puesto que los espacios de paso para los animales son solo puntos muy concretos de la geografía.
Lo que la organización recomienda es la creación de «autopistas salvajes», doce corredores ecológicos que aseguren la conectividad entre esos espacios naturales y que permitan que estos animales se muevan. Es factible y realizable, aseguran, y permitiría no solo responder a las necesidades actuales de la fauna ibérica, sino también a los retos del muy cercano mañana. «No solo es algo que necesita ya la fauna, sino que con el cambio climático tendrán que migrar más», recuerda Suárez.
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