Jueves, 26 de septiembre de 2024
Cuando arde el monte, huele a incendio. Es un olor muy característico -uno que viaja con las nubes de humo, como está ocurriendo ahora con el que están generando los incendios en Portugal y que ha cruzado ya la frontera con España- y que alerta de las llamas. ¿Podría el olor ser también una de las vías para enterarse de la amenaza de los incendios forestales antes de que se conviertan en un problema grave?
Eso es lo que propone una 'start-up', que usa la tecnología para afinar la prevención del fuego. Si hablamos de 'smart cities, también de una 'smart rural': las herramientas que convierten en inteligente a la primera lo pueden hacer también con la segunda. Y, como apunta Jorge Cajiao, el CEO y fundador de Wildfire Sentinel, no se trata solo de que el rural pueda ser inteligente, es que es una cuestión de «mucha necesidad».
«Wildfire Sentinel es un servicio que incluye hardware y software», explica. Entre sus elementos tech está una nariz electrónica, que identifica el olor a quemado y ayuda a la prevención del fuego y a la detección de los incendios ya en marcha. Para conseguirlo usa algo que, como explica Cajiao, tiene muchos años -como son los sensores- y también algo muy novedoso, la inteligencia artificial. Al fin y al cabo, es muy diferente tener la capacidad de oler algo que la de identificar qué significan esos aromas.
Aprender a oler el fuego
Educar a una inteligencia artificial para que procese algo tan poco tangible como los olores puede parecer, a primera vista, complicado. Cajiao apunta que, para entenderlo, es un poco como cuando un bebé está empezando a comer. Si le sirves un pollo salado, no va a reconocer qué es exactamente a lo que sabe porque no ha probado la sal previamente. Tienes antes que enseñarle qué es —y qué no— lo salado. Con la IA ocurre lo mismo: como indica, debes coger una 'vacía' «y la enseñas».
Ellos fueron introduciendo la información sobre qué es el olor a incendio e igualmente el del contexto en el que esto ocurre. Lo importante era que la máquina supiese a qué huele el bosque en un contexto normal y fuese capaz de señalar las variantes olfativas que aporta el fuego. Para ello, trabajaron con el Centro de Investigación Forestal de Lourizán (Pontevedra), que cuenta con un túnel de fuego. En el centro, lo emplean para entender los combustibles y el comportamiento de los incendios, pero para los creadores de Wildfire Sentinel fue una fuente de información sobre sus olores.
Al mismo tiempo, los datos de la IA van por delante de lo que podría oler un ser humano. Ahora mismo, ya existen sistemas de cámaras que controlan los incendios forestales. Es un método efectivo de vigilancia a distancia, pero uno lento, explica el experto. El fuego lo ves cuando ya está ahí de forma un tanto agresiva.
Es importante «buscar un método más allá de la visión», uno que logre alertar ya en los primeros minutos. «El factor tiempo en un incendio es crítico», indica Cajiao. Como apunta el experto, afrontar las llamas una, dos o tres horas más tarde del inicio del fuego es muy diferente a hacerlo en esos primeros instantes.
Además, los sensores están dando en tiempo real información sobre qué está ocurriendo en el bosque, como datos de humedad o del viento. A diferencia de lo que pueden decir los datos de satélites o las proyecciones sobre riesgo de incendios, se está usando datos sobre lo que está pasando allí mismo.
Todo esto permite gestionar de forma más eficiente los recursos. Como explica el responsable, si necesitas mover una motobomba no vas a conseguir hacerlo más rápido de la velocidad máxima a la que se puede desplazar por carretera. Si ya sabes con cierto margen que es probable que la vayas a necesitar en según qué lugar, ya la puedes movilizar con tiempo.
Ubicación estratégica de los sensores
Pero ¿dónde colocar los sensores? Cajiao apunta que el histórico de datos señala que es más probable que ocurra en unas zonas -o tipos de espacios- que en otras. A eso se suma que, por sus características, algunas áreas son más sensibles, puesto que al desastre medioambiental se suman potenciales pérdidas de vidas humanas o de infraestructuras críticas. Por ello, posicionarlos cerca de estas instalaciones -como subestaciones eléctricas o torres de telefonía- o en las fronteras entre las zonas arboladas y las habitadas ayuda.
Por ahora, esta nariz antiincendios está en fase de pruebas. Ya se han desarrollado pilotos este verano en algunos municipios gallegos, que están mandando datos reales. Sus creadores también aprovecharon la noche de San Juan, a principios de verano, y sus festivas hogueras para ver si su sistema -situándose en la zona en la que sabían que iba a haber quemas- era capaz de identificar el fuego. «Hicimos un testeo real», señala Cajiao, «y tuvimos pleno de detección».
¿Pueden producirse falsos positivos, por ejemplo, ahora que se acerca el otoño-invierno y se volverá a usar leña en el rural para alimentar la calefacción o en primavera cuando se hacen quemas controladas? Cajiao explica que no, porque el sistema da una probabilidad de incendio que los servicios de emergencia pueden cruzar con otros datos.
La herramienta es uno de los proyectos que se presentan en el Pont-Up Store, un encuentro de emprendimiento que se celebra estos días en Pontevedra. Aunque Wildfire Sentinel trabaja desde Galicia, el olor a incendio es estándar y su idea, prometen, exportable. Su nariz podría detectar fuego en otros lugares -quizás, el ajuste previo vendría por el cómo huele de forma habitual monte- y ya están viendo interés en Estados Unidos.
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