Jueves, 30 de junio de 2022
“África es el escenario de oportunidades para que las empresas eludan con alta tecnología sus excesos de emisiones de CO2 y construyan su road map hacia la neutralidad energética”. Así de explícito se manifesta Kartik Jayaram, socio de McKinsey en Nairobi, al desvelar el Africa’s Green Manufacturing Crossroads de la consultora estadounidense. Un análisis en el que sus expertos señalan a los mercados africanos como los espacios de inversión idóneos donde poner en liza planes de transición energética: desde sus actuales industrias de origen fósil hasta sus futuros negocios de emisiones netas cero de CO2, en 2050. Sin costes de reconversión. Tan sólo a través de su colaboración activa en un proceso de inversiones verdes que esta firma de servicios cifra en 2 billones de dólares, y cuyos recursos se destinarían a infraestructuras y a redes energéticas limpias, preferentemente de capital tecnológico y capaces de generar 3,8 millones de empleos. Y que ofrecen un aliciente inestimable a las empresas: porque, por un lado, alimentan los desembolsos para sus reconversiones energéticas y, por otro, ante la ausencia de compromisos claros de descarbonización en sus firmas industriales, dejan abierta la posibilidad de duplicar, hasta los 830 megatones, sus metas de reducción de CO2 a la atmósfera en el ecuador del siglo. Un margen de maniobra amplio y muy a considerar por el sector privado global, que debería emprender “acciones decisivas” en África. Dentro de sus carteras de inversión. Porque la tercera parte de sus emisiones proceden de sus cementeras y otro 13%, de plantas de carbón. Ambos segmentos, de fácil reestructuración.
Por si fuera poco, desde McKinsey se incide en que las naciones africanas precisan instrumentos financieros verdes. Desde créditos al carbono, hasta bonos verdes; así como seguros sostenibles o préstamos que se vinculen a producciones sin huella de CO2. Sólo “la descarbonización de sus industrias requerirá 600.000 millones de dólares”, mientras que los 1,4 billones restantes, se destinarían a “crear y potenciar negocios con sello ecológico”. Entre los que mencionan al coche eléctrico, el bioetanol, el hidrógeno verde o la madera laminada cruzada, esencial para construir sin materiales contaminantes. La tecnología de captura de CO2 y la destinada a almacenar y a la producción de hidrógeno limpio “contribuirían decididamente a la reconversión industrial verde de África”.
También desde el campo de la cooperación internacional se llama la atención sobre el futuro en verde de África. El FSD (Financial Sector Deepening) del Gobierno británico para este continente -con fondos enfocados al progreso de centros financieros y empresariales entre sus socios de la Commonwealth- constata que tres de sus otrora territorios de influencia de ultramar -Sudáfrica, Etiopía y Kenia- demandan iniciativas de sostenibilidad y de digitalización, por valor de 280.000 millones de dólares, para atender las amenazas del cambio climático en 35 de sus ciudades antes de 2050. En tres mercados con altos potenciales evolutivos en Smart Cities. En el continente que más rápidamente se está urbanizando. Bajo tres pilares cruciales: de bajas emisiones; desarrollo económico contra el cambio climático y resiliencia urbana. Y tres ejes vertebradores, dirigidos a planes de “crecimiento compacto” entre ciudades; infraestructuras conectadas y tecnologías limpias. África ha aumentado por veinte su población urbana entre 1950 y 2015; hasta superar los 567 millones, lo que hace imperioso “diseñar procesos de planificación inclusivos”. Toda vez que sus ciudades albergarán a 950 millones de personas en 2050. Sudáfrica reivindicará 215.000 millones de dólares de inversión en sus ciudades; Kenia, 27.000 millones y Etiopía, 42.000. Las inversiones en sus 35 centros urbanos de más de 250.000 habitantes propiciarán beneficios por encima de los 1,1 billones de dólares. Con Johannesburgo a la cabeza en retornos de capitales -con 260.000 millones- por delante de Nairobi, con 100.000 millones, augura el Foreign Office.
La financiación energética verde en África será un negocio de billones de dólares. Con el reto de aminorar -además- los efectos del cambio climático en uno de los territorios más vulnerables, donde su temperatura media ha aumentado 1 grado centígrado entre 1901 y 2012, se prevé que se eleve hasta 2 grados respecto al nivel pre-industrial entre 2080 y 2100, y las oleadas de calor han dejado alteraciones meteorológicas, riadas y sequías, que han impactado decididamente no sólo en su producción agrícola, sino en el orden geoestratégico, porque también han desatado conflictos bélicos y crisis económicas, asegura la Organización Mundial de Meteorología (WMO).
Esta doble visión -de oportunidades empresariales en la región más frágil ante el reto del clima- también la corrobora Deloitte, en cuya sala de máquinas se respalda la creación de fondos globales “para perfilar y gestionar la transición sostenible en África a gran escala”, explica Mario Fernandes, su director de Power Utilities and Renewables, y con los que aumentar las facilidades financieras, mejorar la atmósfera empresarial y espolear la maduración de proyectos del sector privado internacional. En defensa de mixes energéticos renovables. Transición que -enfatiza- se alinea, además, con el mandato multilateral de desarrollo del continente con objetivos socio-económicos. Para ello, Deloitte propone una estrategia basada en tres D’s: una primera fase de descarbonización concertada entre sus mercados, de abandono de combustibles fósiles; una segunda, de descentralización -de los actuales modelos integrados de generación, transmisión y distribución de electricidad-, en beneficio del consumidor. Y otra, en paralelo, de digitalización, para crear capacidad tecnológica que impulse su reconversión.
Tareas corporativas perfiladas para configurar inversiones en soluciones energéticas limpias que reclaman tácticas empresariales consensuadas entre accionistas e inversores y sus entidades prestatarias.
En Palladium, consultora internacional, también atisban que “es el momento de las inversiones verdes en África”. Tras la Covid-19 y cinco años desde los Objetivos de Desarrollo Sostenible de la ONU, compañías, gobiernos e inversores han empezado a dar pasos decisivos para frenar el cambio climático y rectificar sus estrategias de inversión. Firmas como Apple, Microsoft, Delta Airlines han creados recursos propios para la mitigación de emisiones de CO2 y digitalización en el mundo. Mientras firmas de valores como BlackRock o fondos soberanos como el Norwegian Sovereign Wealth Fund, -con sus más de 1,4 billones de dólares de activos- han reconfigurado sus carteras con cada vez más estrictos criterios ESG: Environmental, Social and Governance. Al menos una docena de instrumentos de inversión -dice el FMI-, ha destinado ya 2.500 millones de dólares a oportunidades verdes en África. En especial, en agricultura y reforestación.
Mientras desde el World Economic Forum (WEF) se afirma que “acciones concertadas globales” podrían generar nichos superiores a los 10 billones de dólares y crear 395 millones de puestos de trabajo en 2030 en manufacturas verdes. En una región en la que la cuarta parte de los activos energéticos son renovables; “más que en cualquier otra latitud”. En un contexto de cambio de patrón de crecimiento global hacia la biodiversidad que exigirá un incremento substancial de los 44 billones de dólares -más de la mitad del PIB mundial- en los que se valora el actual negocio de generación energética dependiente de fuentes naturales, y en el que se deben aportar 2,5 billones de dólares anuales adicionales si se quiere suturar la brecha de financiación para lograr las metas sostenibles en 2050.
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