Martes, 3 de octubre de 2023
La descarbonización de las industrias es la piedra filosofal sobre la que se ha configurado el reto del cambio climático y el teorema en el que confía la ciencia para interrumpir las emisiones de CO2 en 2050.
La consultora McKinsey ha radiografiado los escenarios operativos en los que actúan nueve de los sectores estratégicos para certificar la meta climática de esta década, así como sus soluciones y líneas de investigación y de financiación específicas o sus ritmos de sostenibilidad concretos y adaptados a sus actividades corporativas.
El eléctrico -dicen sus expertos- está en disposición de dar el salto hacia la neutralidad energética este decenio porque el coste de sus proyectos solares se ha reducido un 80% y el de generación eólica otro 40%Aunque el éxito de su salto exige un aumento de sus servicios eléctricos renovables y plantas productivas flexibles para acoplar su catálogo a la oferta y la demanda del mercado.
Las de petróleo y gas deben diversificar sus carteras de inversión y enfocar sus gastos financieros hacia nuevas tecnologías y negocios alternativos como el hidrógeno, mediante la búsqueda de nuevas vías de acceso al capital. “Es ineludible que sus directivos reequilibren sus portfolios y enfoquen su captación de activos a fortalecer el núcleo duro de sus planes estratégicos alejados las materias primas fósiles”.
Sobre el transporte terrestre, inciden en que los vehículos de bajas emisiones han catapultado al sector a otra dimensión. En 2035, “la totalidad de ventas de coches familiares en EEUU, China y Europa tendrá el sello eléctrico”. Siempre y cuando sus empresas se adapten a las nuevas regulaciones, adecúen sus cadenas de valor, garanticen el abastecimiento de sus materiales de fabricación y dirijan sus inversiones a impulsar redes de carga, a variantes de motorización con hidrógeno y biocombustibles o a la innovación y desarrollo de camiones electrificados con conducción autónoma.
A la aviación y las navieras les conmina a modernizar sus flotas y usar combustibles sostenibles; por ejemplo, a las aerolíneas, apostando por la gradual, pero constante utilización de hidrocarburos SAF para sustituir paulatinamente al queroseno. Y a los buques mercantes, a incorporar tecnología para carburantes de emisiones cero. Así reducirían su dependencia fósil con soluciones entre un 70% y un 100% ya operativas. En especial, si emprenden la creación de “pasillos verdes” entre puertos y aeropuertos defensores de las emisiones netas cero.
A la industria del aluminio le pide incentivar la demanda -aún escasa- de energía renovables en sus sedes productivas -sobre todo, de hidrógeno verde- e inversiones tecnológicas a gran escala, y a la cementera, explorar cauces de eficiencia alternativas, entre las que menciona a la biomasa, ahondar en políticas de captura de carbono o digitalizar su capacidad de manufacturación.
Mientras a las compañías mineras les aconseja acompasar sus rápidos procesos productivos con esfuerzos de descarbonización y asunción de tecnología acordes a la celeridad que marquen sus planes extractivos, mediante carburantes verdes y electricidad renovable, lo que les reportarán menores costes y ganancias competitivas. Y a las alimentarias, que secuencien sus inversiones con soluciones tecnológicamente sostenibles para fertilizar campos, granjas y cultivos; y equipar las instalaciones con modelos de producción dirigidos a los alimentos sostenibles, que “moverán un mercado global de 25.000 millones de dólares en 2030”.
El análisis de McKinsey constata que todas estas áreas productivas deben elevar sus necesidades de capital para revalorizar sus activos y crear dividendos. O, dicho con más precisión: las finanzas verdes, sometidas a criterios medioambientales, sociales y de buen gobierno corporativo (ESG por sus siglas en inglés), y a unos estándares de contabilidad y auditoría cada vez más exigentes, serán sus bazas preferenciales de financiación.
Los datos así lo atestiguan. El capital ESG ha sido el instrumento monetario del tránsito hacia las emisiones netas cero en el último lustro. En 2022, sus activos sobrepasaron los 37 billones de dólares según la firma de investigación de mercados FactMr, que maneja una predicción para este año de 39,3 billones, hasta llegar a los 72,4 billones diez años más tarde, en 2033.
Sin embargo, su irrupción en el mercado no ha sido un camino de rosas. Bloomberg Intelligence destaca “un parón inversor”, tras el bienio post-Covid 2020-2021, en el que se registró una valoración de carteras de 35 billones de dólares. “La economía neta cero solo será posible con un enorme apoyo financiero y cooperación multilateral”, aclara su análisis. Mientras la OCDE pone cifra al cheque anual: 6,9 billones de dólares de inversión en renovables e infraestructuras resilientes a las inclemencias meteorológicas. A razón de 1.000 dólares por habitante del planeta al año.
La Iniciativa Race to Zero de Naciones Unidas, lanzada en 2020 coincidiendo con el inicio de la desescalada sanitaria involucra a 1.700 empresas con compromisos de contención de emisiones hasta 2030 para limitar el calentamiento a 1,5 grados centígrados, ha servido de aliciente. “Pero estamos aún lejos de la velocidad de crucero adecuada”, explica Peter Gassmann, responsable de Estrategia Global ESG de PwC.
A su juicio, este receso inversor se debe, “en gran medida, a que los inversores exigen un retorno de beneficios similar al de las carteras convencionales”. Cuando, en realidad, “el capital de las tecnologías verdes y las iniciativas sostenibles están aún en su etapa de infancia, con los riesgos adicionales que acarrean respecto a los activos maduros”.
Esta atmósfera inversora atravesará inclemencias, pero los principios ESG prevalecerán porque “no hay futuro sin estrategias corporativas sostenibles y medibles a medio plazo” en un mundo cada vez “más consistente” con los principios inversores verdes -aclara Gassmann- y que avanza hacia “la convergencia contable y auditora”, con objeto de evitar riesgos reputacionales y atraer inversiones tecnológicamente innovadoras con modelos de negocios medioambientales y con altas rentabilidades.
Morgan Stanley también detecta este receso inversor, aunque deja abierta una gran ventana de oportunidades, porque “la Inteligencia Artificial (IA) y el Data Analytics ya están contribuyendo a que las compañías reúnan sus objetivos ESG, muy en particular en la mejora de las cadenas de valor”. Una tendencia que anticipa “mayores atracciones inversoras y reducción de riesgos” en empresas que aporten calidad informativa sobre sus criterios ESG.
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