Jueves, 15 de septiembre de 2022
Si bien es cierto que desde hace mucho tiempo se tiende a percibir cada paso en la industria como una nueva revolución industrial, parece que los distintos procesos de transformación en los que se encuentra inmerso el mundo actual verdaderamente marcan el inicio de una nueva era. La descarbonización implica uno de los cambios de modelo energético más radicales de la historia para una sociedad que afronta, con no pocas incógnitas, un momento clave respecto a su futuro a corto, medio y largo plazo. Las fuentes de energía verdes, aquellas que garantizan el desarrollo energético sostenible, se revelan como una de las principales claves a la hora de garantizar un futuro –e incluso un presente– que implicará grandes cambios a todos los niveles, empezando por el papel individual de cada ciudadano respecto a las formas de consumir energía.
Desde las Administraciones y las empresas energéticas se lleva tiempo apuntalando el desarrollo de fuentes alternativas y sostenibles como el hidrógeno verde, los biocombustibles o la energía fotovoltaica. Sin embargo, el esfuerzo industrial puede resultar insuficiente si no va acompañado de un compromiso consciente por parte de la ciudadanía.
Esta situación ha forzado a la Unión Europea en el diseño de un nuevo planteamiento que, sí o sí, debe seguir la línea marcada por la Agenda 2030 y el Pacto Verde Europeo, una ruta inamovible para la recuperación de los países del club tras la pandemia. De hecho, la amenaza de un corte de suministro de gas derivado del conflicto ucraniano, ha llevado a Europa tomar medidas de ahorro energético. Al recorte del 15% del consumo de gas hasta la próxima primavera, los países miembros han optado por otras acciones como limitar la climatización en edificios públicos y oficinas (entre 27 y 19ºC); el apagado de las luces de edificios públicos, escaparates o luminosos publicitarios, y el cierre de puertas en comercios climatizados.
Llegados a este punto, la premisa que debe marcar el camino a seguir en los próximos años con respecto a la energía es evidente: hacer más con menos. No desde un punto de vista negativo –no se trata de pasar frío o moverse menos– sino desde una perspectiva efectista y, sobre todo, innovadora e inteligente. Para ello, el cuadro al completo debe reorganizarse, desde las rutinas del día a día hasta cuestiones más complejas.
Qué podemos hacer nosotros
Más allá de clásicas medidas de ahorro de energía, como abrir y cerrar las ventanas y persianas en función de la luz exterior para refrigerar o calentar el hogar, o no dejar los aparatos electrónicos en ‘stand by’ (modo de reposo en el que siguen consumiendo electricidad), cada vez son más las medidas domésticas basadas en la eficiencia que ayudan a reducir el impacto climático y la factura de la luz. Junto con los electrodomésticos de bajo consumo, las instalaciones de autoconsumo fotovoltaico son una de las soluciones de mayor impacto: además de generar nuestra propia energía, permiten monitorizar el uso de esta de forma sencilla para hacer más eficientes nuestros hábitos de consumo.
Pero, especialmente, podemos impulsar la eficiencia desde la construcción de viviendas, aplicando los conceptos de sostenibilidad básicos para aumentar el ahorro energético y reducir las emisiones de CO2. Aspectos tan sencillos como la protección de la fachada según la orientación geográfica de la vivienda, el diseño de una cubierta invertida para evitar pérdida de energía o la instalación de ventanas con rotura de puente térmico y vidrios de bajas emisiones pueden suponer una gran aportación individual a la hora de mejorar el consumo.
Otros aspectos, como la movilidad, asimismo pueden sumar a la hora de lograr un consumo más responsable. Según la Agencia Internacional de la Energía (AIE), reducir en 10 kilómetros por hora la velocidad máxima en autopistas y autovías supondría el ahorro de unos 290.000 barriles de petróleo al día. Unos números que corroboran desde la Dirección General de Tráfico (DGT), donde apuntan que, por ejemplo, pasar de 90 a 120 kilómetros por hora supone un incremento del consumo del 30%. En base a estos datos, reducir la marcha de una forma prácticamente simbólica a efectos de conducción resulta una llave a la optimización de consumo. Medidas que, sumadas a otras más evidentes, como el uso del transporte público, la alternativa de movilidad eléctrica o con biocombustibles, o la potenciación del ‘carsharing’ en las ciudades, contribuyen a que el esfuerzo de las instituciones se vea consecuentemente acelerado.
De igual forma, las empresas e industrias también pueden (y deben) reducir su impacto a través de la eficiencia energética. Cepsa, por ejemplo, además de implementar tecnologías de eficiencia en sus Energy Parks como las destinadas a aprovechar calor residual en sus procesos, está instalando paneles solares fotovoltaicos en sus estaciones de servicio para lograr su autoabastecimiento y volcar los excedentes a la red, planeando que todas funcionen con esta energía 100% renovable en 2023.
Pese a que a veces la eficiencia pase desapercibida, estos aportes resultan auténticos pilares sobre los que construir un mundo más verde. Y es que, la concienciación activa por parte de la sociedad se revela como una de las claves para que la transición energética continúe en el centro de la estrategia. De lo contrario, si la descarbonización no se logra en los plazos previstos, el futuro será impredecible. Está en todos nosotros el poder de evitarlo.
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